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Brexit y Catalexit (II parte)

La semana pasada me planteé la comparación entre el Brexit y el Catalexit con la intención de ver qué preguntas suscitaba cada uno de esos procesos cuando se lo enfrentaba al otro. Todo ello salvando las distancias entre dos procesos que son muy diferentes. Pero sin, por ello, prescindir de lo que puede aprenderse sobre uno cuando se lo ve con los ojos del otro. Vayan pues, antes que nada, las (relativas) diferencias.

Por un lado, tenemos una entidad política llamada Reino Unido de Gran Bretaña (Inglaterra, Escocia y Gales) e Irlanda del Norte. De esta entidad también forman parte 14 territorios de ultramar, resultado de anteriores colonias, y su Monarca encabeza la Commonwealth como jefe de Estado que reina, pero no gobierna. Como Estado se creó a principios del siglo XVIII, aunque Irlanda no la «incorporan» hasta principios del XIX. Eso sí, había vivido desde finales del XVII bajo dominio inglés. El Reino Unido se adhirió, junto a Irlanda y Dinamarca, en 1973, a lo que hoy es Unión Europea, institución de la que decidió salirse (Brexit) mediante un referéndum en junio de 2016. El largo proceso que está llevando, si es que se llega, a la separación está todavía en marcha, aunque haya voces, minoritarias a lo que parece, que piden otro referéndum para no tener que dejar la Unión Europea.

Esta historia no tiene casi ningún paralelismo con la de Cataluña ni siquiera si hacemos que el Estado Español (monarquía o república) se corresponda con la Comunidad Económica Europea, después Unión Europea. Cataluña nunca «entra» a formar parte de un Estado pre-existente, sino que es uno de las entidades que lo crean: bajo los Reyes Católicos, reyes de Castilla y Aragón (que incluía a Cataluña). En este Estado, la soberanía reside, como su mismo nombre indica, en los soberanos, es decir, en los reyes que pueden unir, separar, adquirir, vender, heredar, regalar territorios según su soberana voluntad. Nada que ver, pues, con un Reino Unido que entra a formar parte, por propia voluntad soberana (popular), de una entidad política más amplia y que por esa misma voluntad (por lo menos hasta el momento) decide salir de ella. Lo que sí les une es un referéndum catalán, en 2017, para dejar de formar parte del Estado Español. El proceso mediante el cual se pretende esa salida es lo que algunos llamamos Catalexit a pesar, como voy diciendo, de las diferencias legales e institucionales entre un proceso y otro.

Hay, de todas maneras, elementos en uno y otro proceso que llaman la atención. Se trata, antes que nada, de la campaña de los respectivos referéndums. Si bien en un caso está llevado a cabo en la más estricta legalidad local, en el otro, guste o no guste, lo es en la ilegalidad (respecto a las leyes vigentes en su territorio, no respecto a principios de complicada legitimación, soberanía frente a soberanía). Pero en ambos se producen ilegalidades en lo que atañe a su financiación. En el Catalexit, por su misma realidad: el referéndum es ilegal. En el Brexit, porque se ha sabido posteriormente: su financiación es la que fue ilegal. Y en ambos se hizo abundante uso del engaño y la mentira (reconocida, a toro pasado, desde el UKiP independentista) y se recurrió más a los sentimientos y las emociones (algunas muy primarias) para convencer al electorado de la bondad (incluso de la necesidad) del respectivo exit. Estas emociones se han reducido notablemente en ambos casos cuando ha llegado el momento de hacer cuentas y ver los pros y los contras de tales decisiones.

Existe, a este propósito, un asunto que es difícil de soslayar: la actuación de lo que puede llamarse la respectiva «clase política» en la que, cierto, algunos han podido compartir esas emociones y sentimientos mientras otros han sido más pragmáticos llevados por intereses ya no tan políticos e incluso personales. La lucha por el poder económico interno en el Brexit se ha analizado. No conozco algo parecido para Catalexit.

Hay otro elemento a constatar: la presencia de parlamentarios independentistas en los parlamentos de los que se quieren independizar, respectivamente el europeo y el español. No me constan usos y abusos parecidos a los perpetrados por el rassemblement français en el terreno de salarios, subvenciones y prebendas. Pero sí parece que esa presencia requeriría alguna elaboración mayor. ¿Sólo por hacerse oír por encima del respectivo gobierno propio? Curioso.

No son procesos cerrados. En eso también se parecen, aunque las vías utilizadas difieren notablemente. Se sabrá pronto.

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