Viajeros que llegan a la estación de trenes de Alicante y se topan con el vacío existencial de que los taxistas no recogen pasajeros, y tocan bajo el sol el móvil para avisar a familiares y amigos de cuándo llegan, pero que pronto no será, o se enfrentan al enredo que para cualquier forastero supone aclararse con las líneas de autobús en tierra ajena. Y protagonistas de auténticas epopeyas: una pareja de 80 años -¡ochenta!- que saca fuerzas de flaqueza y recorre cargada de maletas bajo la tórrida canícula el kilómetro que separa la terminal ferroviaria de la estación del TRAM del Mercado, porque Luceros seguía cerrada, hasta alcanzar el tranvía que les llevará a un paraíso prometido como Benidorm para el que han debido sortear primero todo un desierto de asfalto; o una madrileña a la que le pasa lo mismo pero al revés: sale de un hotel de la playa de San Juan, camina todo un trecho de avenida hasta alcanzar el tranvía que la deja en el Mercado, desde donde ha de recorrer idéntico trayecto hasta la estación del AVE ; y que dice que no vuelve. Todo eso pasó ayer en Alicante, que por ese doble motivo -la huelga de taxis y la clausura de su principal estación del TRAM- era una ciudad hostil al viajero. Ante ese panorama próximo a la emergencia -porque cualquier alteración del transporte lo es y tiene consecuencias turísticas y vecinales y vitales-, ¿saben cuál fue la reacción del Ayuntamiento? Nada. El Consistorio estaba a otra cosa, al intercambio de golpes por los líos de asesores que ayer volvieron a protagonizar la popular Mari Carmen de España y la socialista Eva Montesinos. Sobre el caos del taxi, cero. En un problema de primera magnitud, ninguna reacción del principal mandatario de la ciudad, Luis Barcala. Lo único que el gobierno local del PP ha dicho al respecto, en palabras del edil de Tráfico, José Ramón González, es que la culpa la tiene Zapatero. Hombre. Seguro que tanto transeúnte desamparado hubiera esperado de este Ayuntamiento un poquito más de ternura.
