Viernes, 15 de enero de 1909.

Eran las diez de la noche cuando el inspector-jefe Honorio Tous y el inspector de 2.ª Luis Martínez encontraron a Pepe Gomis en el café Comercio, situado en el paseo de los Mártires.

Cincuentón, enclenque, vestido con chaqueta, camisa y pantalón raídos pero limpios, pañuelo al cuello, zapatos puntiagudos y tocado con un canotier, Pepe tenía entre sus manos una guitarra más vieja que él, pero no la estaba tocando en ese momento porque discutía con un camarero y con el dueño del establecimiento, José Blanquer.

Pepe salió del café con los policías, quienes le preguntaron si había escrito una carta al rey, pidiéndole ayuda para sus sobrinos, con motivo de la visita de su majestad a Alicante. Pepe dijo que sí, y les contó lo que ellos ya sabían: tenía dos sobrinos a los que mantener. La mayor, de 20 años, era demente, según el diagnóstico del doctor Izquierdo.

Le enseñaron luego una foto de Rigoberto Gil Pons, el viejo anarquista fallecido. Pepe lo reconoció y dijo que era su amigo. Se conocieron en el bodegón que Mariano Ayela tenía en la calle Cruz de Malta, poco después de que el viejo llegase a Alicante, dos años atrás. Antes de entrar como montador en la fundición de los Aznar, había estado unos meses trabajando en el almacén pirotécnico de Silvestre Maestre, en Elda.

Cuando Tous le preguntó si Gil Pons había dejado de trabajar en la fundición de los Aznar por su afiliación anarquista, Pepe le miró sonriente y sorprendido.

?Oh, bueno, el viejo Rigoberto creía en las asociaciones obreras y en todo eso de la solidaridad entre los trabajadores, por eso leía cuanto caía en sus manos acerca de ello, pero no creo que fuese anarquista. Era creyente, ¿sabe? No sé si iba a la iglesia a menudo, pero sé que creía en Dios.

Tous miró a su ayudante, pero éste tardó un par de segundos en comprender lo que su jefe pretendía transmitirle. Al fin sonrió y asintió levemente. Aquellas palabras de Pepe Gomis venían a ratificar de alguna manera la información que les había llegado apenas un par de horas antes desde el juzgado: el cura de la iglesia del Carmen había reclamado el cadáver de Gil Pons, para darle un entierro cristiano.

?¿Y por qué estaba tan interesado en la visita del rey? Guardaba folletos y recortes de prensa con el itinerario de la comitiva real ?preguntó Tous.

?Quería ganar algo de dinero vendiendo unas jaulas para el tiro de pichón que se había traído de Barcelona.

?Entonces, ¿no quería atentar contra el rey? ?se sorprendió Martínez.

?No, no, qué va ?se rió Pepe?. Era republicano, pero pacífico.

?¿Y cómo quería que le ayudase usted? ?quiso saber Tous.

?Conozco al general Escario, ¿sabe?, de verle por aquí, por las terrazas de los cafés. Es un hombre campechano, al que no le importa hablar con gente como yo. Es más, le divierte charlar conmigo. No sé muy bien por qué. El caso es que el viejo me pidió que le hablara de él, para ver si podía ayudarle a vender las jaulas.

?¿Y lo hizo?

?Sí, sí, ya lo creo. Tengo entendido que llegaron a verse y hablaron del asunto, pero no sé si acordaron algo.

Sábado, 16 de enero de 1909

Eran las 8 en punto de la mañana cuando, en la comisaría de Policía de Alicante, se iniciaba una reunión a la que asistían el comisario-jefe de Vigilancia, el inspector-jefe Honorio Tous y el jefe de la ronda especial de policía secreta, llegado desde Madrid para ultimar las medidas de seguridad de la visita real.

Tous resumió lo que hasta entonces se había averiguado sobre Rigoberto Gil Pons, el viejo anarquista que murió escribiendo una carta de la que se deducía que planeaba atentar contra el rey, si bien las últimas pesquisas cuestionaban esta suposición.

?Nos han informado de que estaba en Barcelona cuando se produjo en Madrid el atentado contra su majestad en 1906 y durante los días previos. También nos han confirmado que trabajó en el Tiro de Pichón barcelonés durante unos meses. De allí le enviaron, previo pago, unas jaulas que al parecer trató de vender aquí, aprovechando el concurso que se estaba organizando para la semana que viene. Poco después de llegar a Alicante, se trasladó a Elda, donde trabajó cuatro meses en una empresa de pirotecnia. De vuelta aquí, estuvo empleado como montador durante casi un año en la fundición de los señores Aznar. No sabemos aún por qué dejó este trabajo, pero lo sabremos en las próximas horas. Es cierto que se encontraron entre sus posesiones varias revistas y libros anarquistas, siendo uno de ellos el que escribiera el autor del atentado contra sus majestades, pero parece que no era un hombre violento, ni tampoco un anarquista acérrimo, puesto que se dice que era creyente e iba a la iglesia de vez en cuando, si bien esto último lo estamos comprobando ahora mismo.

?¿Quiere decir que hay que descartarlo como sospechoso? Tal vez sea algo precipitado, teniendo en cuenta su experiencia en el uso de explosivos y que leía panfletos anarquistas. Acaso las jaulas no fueran más que una excusa para entrar en el campo del tiro de pichón durante el concurso en el que participará su majestad, y poder atentar contra su vida ?dijo el jefe de la policía secreta del rey, un cuarentón calvo e impecablemente vestido con terno azul marino y corbata encarnada.

?Por supuesto que no le descartamos como sospechoso..., todavía. Tenemos previsto interrogar en las próximas horas a varias personas que le conocieron. Al mismo tiempo, un numeroso equipo de policías y de guardias municipales siguen investigando sobre su vida cotidiana ?informó Tous, visiblemente contrariado por la observación del policía madrileño y mientras se disponía a consultar un papel?: Por el momento, sabemos que, antes de ocupar la habitación donde murió, estuvo hospedado en la posada de Pedro Ramis, en San Telmo 7. Solía comer en el figón de la calle Cruz de Malta o en el de Antonio Maciá, en Mercado 6. Compraba comestibles en la tienda que Vicente Asensi tiene en Riego 13; en la carnicería de Gerónimo Llorca, en San Fernando 11; y en la panadería de Paco Perelló, en Navas 41. El vino a granel se lo compraba a Ricardo Madrid, en Sagasta 39. Muy cerca, en el número 38 de la misma calle, hace un mes le compró unas alpargatas nuevas a Francisco Alarcón. Se abastecía de carbón en Bazán 40. Visitó alguna vez la droguería que Desiderio Reig tiene en Bailén 8; el almacén de efectos eléctricos de Trino Esplá, en San Fernando 26; y la ferretería de López y Rico, en Méndez Núñez 31; pero no compró nada que resulte sospechoso en ninguno de los tres sitios. Tenía por costumbre afeitarse los sábados en la barbería de Alberto Terol, en la plaza de la Constitución 12. Compraba la prensa algunos días en Gerona 7, en el puesto de Antonio Asín. El lunes pasado le compró a Luis Esplá varias cuartillas y dos sobres en su papelería de Bailén 10; y ese mismo día compró el último paquete de tabaco para pipa en el estanco de Paco Sirvent, en Maisonnave 17.

Tous dejó de leer y durante unos largos segundos se produjo un tenso silencio.

?O sea, que debemos seguir pensando que podía ser peligroso y que la amenaza de un atentado perpetrado por algún cómplice suyo es real ?afirmó el comisario con intención de complacer al jefe de la policía secreta, antes de preguntarle?: ¿Tiene alguna propuesta que hacernos para mejorar las medidas de seguridad?

El policía madrileño sonrió:

?Al jefe de Seguridad ya le he dicho que los cacheos deben ser muy concienzudos y frecuentes, entre todas las personas que se acerquen a su majestad y a su alteza a menos de veinte pasos. A ustedes lo que les recomiendo es que se provea a los periodistas de un carnet de identidad con el retrato del interesado, tal como se hace en Madrid.

Al mismo tiempo que se verificaba esta reunión, el inspector Luis Martínez, siguiendo las instrucciones de Tous, asistía en la iglesia del Carmen a las exequias de Rigoberto Gil Pons.

Aunque cumpliendo solemnemente con la ceremonia, el sacerdote Juan Bautista Domínguez se hallaba satisfecho porque acababa de recibir diez bonos de una libra de pan y una libra de arroz, para los pobres de su parroquia. Desde la Inspección Municipal se habían empezado a repartir esta mañana un total de mil kilos de pan y mil kilos de arroz.

Asistieron a la ceremonia una decena de personas, entre las que Martínez vio a Pepe Gomis y reconoció a varios operarios de la fábrica de los Aznar. Solo el inspector acompañó al cura y al monaguillo en el entierro del ataúd en el cementerio de San Blas.

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