Todo es dinero, qué otra cosa puede ser. El romanticismo enarbolado en esta maniobra de escapismo es puro maquillaje sentimentaloide para difuminar la evidencia de que, convénzanse, la fuga de Cristiano es un alivio. El pulso moral lo gana Florentino y lo pierde la masa social. Otra estrella que se apaga sin el aplauso de la grada. El de egos, ese se lo adjudicó el portugués justo después de que su 'amigo' Bale le birlara en las narices la foto de la 'decimotercera' con una chilena antológica, una que, al contrario que la de CR7 tiempo antes, se ejecutó en el mejor escenario posible, delante de medio planeta. Cris no lo soportó, nunca lo hace. Por eso, en lugar de festejar con sus 'compañeros', gritó a los cuatro vientos que se iba sin que nadie le preguntara. Para qué.

Nunca es lo mismo venir que irse, es imposible. Llegó en carroza, entre fuegos artificiales, con 90.000 personas coreando su nombre... y se fue por la gatera, a la hora de la siesta, dejando como prueba una carta amor mecanografiada al madridismo. Mejor así, sin dramas, sin preguntas incómodas, sin razones de peso, sin muecas de felicidad prefabricadas ni palmaditas blandengues en la espalda.

Ha llegado la hora de cambiar de ídolo dorado, corren nuevos tiempos y CR7 ya era pasado para Flo, uno tiznado de continuas quejas porque nunca eran suficientes los halagos hechos a su figura incontestable. Quien osara a sugerir que un insignificante Messi podía rivalizar con él por el cetro del fútbol, pasaba de inmediato a la lista negra. Le retiraba hasta el saludo. Un problema menos, y no uno cualquiera. Lo irrelevante aquí son los 100 millones que deja en la tesorería la 'venta' en diferido del luso, lo importante es que el señor Pérez satisfará al fin las ganas de fichar el juguetito de moda sin tener que apartar la mirada al cruzarse con Cristiano por las venas del Bernabéu.