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El indignado burgués

¿Puede el fútbol ser un negocio decente?

No entiendo mucho de fútbol -bueno, mis hijos son bastante más crueles y dicen que absolutamente nada. He jugado poquísimo de pequeño y cuando los capitanes echaban a pies escogían antes al paralítico que a mí. No he sido capaz ni de regatear a un cono y en cuanto a tirar un penalti dudo que mi chut llegase a portería. Mi mayor hazaña fue jugar un partido en el Rico Pérez de periodistas contra políticos y nada más sacar de centro me torcí el tobillo: esguince y para casa. No soy mal deportista, he practicado razonablemente otros deportes a lo largo de mi vida y con algunos sigo, pero el dios del fútbol no me tocó con su varita, qué le vamos a hacer. En cambio se me da bien ser lo que antes se llamaba hincha y luego «hooligan», que consiste en mi caso en adorar al Real y odiar al Barça y no sé si el orden es correcto.

Pero que tenga una incapacidad manifiesta con el fútbol no quiere decir que no respete un juego o deporte o negocio que mueve dinero y pasiones de igual forma. Que no entiendas de las interioridades del vestuario y las tácticas de juego, tampoco significa que no puedas moverte razonablemente bien en ese mundo que es mucho más que once tíos contra otros once en un prado disputándose una pelotita.

Con esos antecedentes que les he contado y la ayuda inconmensurable de un grupo de jóvenes periodistas fui nombrado a los veinte años escasos jefe de prensa de la sede del Mundial 82 en Alicante. Tampoco creo que mereciera el puesto, pero estaba en el lugar y en el momento oportuno rodeado de jóvenes enzarzados en una guerra a muerte con los mayores por la Asociación de la Prensa. Y ganamos nosotros.

El caso es que nada más tener en mi mano el nombramiento fui a presentarme al palco del estadio y Don José Rico Pérez, en el punto más alto de la pirámide futbolera y en uno de los mejores momentos del Hércules, me espetó de lejos y ante numerosas autoridades: ¿Y usted, joven, qué entiende de fútbol? Y yo sin cortarme, le contesté: Ni una palabra, Don José, pero sé un montón de comunicación y a mi me han nombrado para contar, no para entrenar. Bueno, al hombre debió hacerle gracia que no me diera un síncope y luego tuvimos una agradable relación y desde luego me respetó tanto como yo a él.

Pueden pensar, y tendrán razón, que me he ido por los cerros de Úbeda para contarles que esta semana unos empresarios innovadores me han enamorado con un proyecto, que es de fútbol pero no; que es de negocio pero no únicamente; que es de vertebrar provincia pero indirectamente; que es de sentimientos aunque circunstancialmente. Ya sé que ustedes, como yo, andan escamados con tantos personajillos reunidos en torno al «júrbol» desde Gil y Gil hasta Enrique Ortiz o Villar o el nuevo que se está luciendo, pero esta historia es diferente.

De momento la idea de los promotores del Intercity es huir de cualquier ocultismo, tejemaneje, mamandurria o enjuague, por eso serán el primer club de fútbol español en salir a Bolsa y no sé si saben -y si no se lo cuento yo- que los requisitos para cotizar en Bolsa son de toma pan y moja, a nivel de auditorías y transparencias. Si se preguntan por qué hay tantos equipos europeos que están en Bolsa y ni uno español, entenderán algo más de lo que pasa en España en éste que algunos llaman deporte.

Financiarse en Bolsa no es baladí cuando se tiene un proyecto a largo plazo, porque el accionista tiene tan fácil salirse del equipo como pulsar una tecla y vender sus acciones, no hay ni que pitar al Presidente en el campo ni sacar pañuelos. Por supuesto así se consigue que la gestión sea profesional y empresarial, con proyectos a largo plazo que ilusionen a los accionistas. Porque no es lo mismo pedir que el aficionado ponga dinero en un equipo normal, donde el dueño responde ante dios y ante la historia y del dinero que pone ya puede despedirse, que salir a Bolsa, desnudarte desde un punto de vista empresarial, presentar un proyecto a los mercados y que éstos juzguen si estás capacitado o no para recibir sus 500 o sus 500.000 euros. ¿Qué parece un negocio? Pues naturalmente. Como dice un amigo, el primer deber de un empresario es ganar dinero, porque sin beneficios no hay ni empresa ni empleo.

La idea de Intercity, que de momento tiene la sede central en Sant Joan, es hacer «el» equipo de la provincia de Alicante, vinculado a todos los clubs que quieran participar de la misma franquicia y similares métodos de gestión, como un McDonald del fútbol. Les recuerdo que les gustarán más o menos las hamburguesas, pero el negocio que mueven y los sistemas que aplican son para estudiarlos muy atentamente. Con lo cual, aparte de generar dinero con las escuelas de fútbol, las ciudades deportivas, el equipo cuando ascienda, se genera un sentimiento de vertebración provincial. Porque necesitamos algo que nos una y éste puede ser un buen instrumento: apela al sentimiento sin olvidar ese sentido práctico y arriesgado que siempre ha caracterizado a los empresarios alicantinos, capaces de ir a vender sus zapatos a Nueva York con una maletita y sin hablar una palabra de inglés.

Y luego puede que a mis amigos del Intercity les salgan las cuentas pero no entre la pelotita entre los tres palos. Qué le vamos a hacer, pero normalmente si pones los mejores medios, el mejor equipo profesional y la mejor gestión, el producto sale bueno, sea una olla, una muñeca o un partido de fútbol.

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