Imaginemos que trazamos una línea continua y colocamos en un extremo el conformismo y en el otro el inconformismo, y acto seguido vamos repasando tema a tema, para que usted pudiera puntuarse, el amor, la política, la religión, las leyes, el matrimonio, la inmigración, ¿sabría dónde se ubicaría usted? Seguro que está pensando que dependerá del tema elegido para poder establecer un criterio unitario y singular, pero si lo medita en profundidad se dará cuenta de que no es así, que la posición que adopte en uno de ellos, servirá para el resto y los que vaya añadiendo. A esto lo podemos llamar coherencia cognitiva, dado que si usted es un inconformista lo será en todos los ámbitos de su vida y viceversa, si usted es conformista lo llevará impreso en su comportamiento. La sociedad nos reta de cuando en cuando poniendo a prueba esa coherencia cognitiva, sumando desde bien temprano los escalones en el desarrollo educativo que determinan nuestras resoluciones, puntos de vista, opiniones y creencias acerca de los grandes temas. Es característico que la infancia y, sobre todo, la adolescencia sean periodos evolutivos donde una de las características más destacadas de nuestro conocimiento se ubique precisamente en luchar contra lo previamente determinado. Digamos que sería el inconformismo en estado puro, tal y como lo entiende y define nuestro idioma, cargado de hostilidad hacia lo establecido en el orden político, social, moral, familiar, estético, económico, comunicativo, y lo que queramos añadir.

Creo que el matiz de hostil es el que imprime carácter al verdadero inconformista, porque no sería entendible un disconforme pacífico que protesta levantando la mano y pidiendo permiso para hablar. Si observamos el comportamiento en estado salvaje de un adolescente cualquiera, comprobaremos que su estado natural es de rivalidad manifiesta hacia todo lo normativo, y cuando la norma viene desde más arriba, crece el enfrentamiento y la confrontación.

Hoy en día, se cultiva un inconformismo selectivo entre los más jóvenes sin ánimo de sobre generalizar. Desde esta premisa, aquello que se establece desde la autoridad reconocida como algo prohibido y/o impuesto, adquiere un valor añadido transformándose automáticamente en atractivo, aunque hasta ese momento no tuviera el más mínimo interés para ellos.

Otra de las premisas básicas donde se apoyan los inconformistas inveterados de cualquier edad es en el «carpe diem», que aunque se le atribuye únicamente a los más jóvenes, goza de buena salud entre adultos y, mucho más, entre los que entran en declive comenzando a contar sus días entre los vivos. Vivir el momento y ser transgresor de alguna de las normas establecidas por la autoridad competente, se hace muy atractivo cuando se ha vivido una vida quebrada, fuera del circuito rutinario y donde la búsqueda de emociones fuertes ha sido una constante.