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Brexit y Catalexit

Me he referido varias veces a lo que se puede aprender sobre el Catalexit si se observa lo que está sucediendo con el Brexit. Conocer es comparar, repito, aunque con las limitaciones de las que también he escrito de vez en cuando. Comparatio non tenet in omnibus, que dirían los escolásticos: la comparación sirve para hacerse preguntas sobre uno de los términos a partir de lo que se observa en el otro. Pero no prueba nada. Solo ayuda a mejor analizar los casos en cuestión.

El Brexit pasa por horas complicadas: los brexiters andan divididos entre una versión «soft» (bilateral) y una versión «hard» (unilateral). Ha habido sonadas dimisiones en el gobierno y sonadas votaciones al margen de lo que el respectivo partido proponía. La razón: o negociamos serenamente con la entidad de la que queremos separarnos o, simplemente, nos vamos, cerrando la puerta detrás de nosotros. Para descubrir el elemento multilateral, basta recordar a Gibraltar y a Irlanda.

En el Catalexit los unionistas -que ellos llaman «constitucionalistas» y que se podrían llamar «españolistas»- han estado siempre divididos, pero ahora son los secesionistas los que también lo están, aunque no por la convencional separación derechas/izquierdas que ya sufrían, sino por intereses electorales inmediatos y, algo inevitable en política, con la hinchazón del Ego que produce el cargo de algunos (ex)cargos. Pero tienen más opciones. Pueden, en efecto, practicar el unilaterialismo (que sería todavía más suicida que la versión «hard» británica) o ceder ante el bilateralismo (dialogar, pero negociando, es decir, «yo me trago esto si tú te tragas lo otro»; no es negociar entrando con elementos innegociables -por ambas partes, por cierto-). Pero también puede practicarse el multilateralismo que se practicó a los inicios del Estado de las Autonomías. Tal vez con algunas asimetrías más (Cataluña más cercana a Euskadi), pero en comisiones con todos los mandos de las respectivas Comunidades Autónomas (sean «históricas» -que es un invento- o no)

Basta ver lo que puede suponer un Brexit unilateral (empresas, la City, migraciones, comercio internacional, etcétera) para hacerse una idea de lo que supondría un Catalexit unilateral (huida de empresas, euro, comercio no solo internacional sino también peninsular, «hucha de las pensiones», etcétera). Ese fue el intento suicida del 1-O.

¿Por qué esta especie de suicidio? Pues por lo mismo que el Brexit: por un exceso de sentimientos (de la propia identidad, del propio «imperio», de los derechos conculcados por la «potencia opresora», nostalgia del pasado, victimismo, etcétera) por encima de lo que algunos autores pretendieron: evaluar críticamente (no sectariamente al modo del Grupo Wilson) los posibles efectos de tal propósito (hay bibliografía para ambos casos aunque la del Catalexit parece ahora inexistente, sumergida en declaraciones y posturas emocionales que poco tienen que ver con «análisis concretos de situaciones concretas»).

Habría quedado el camino bilateral, desgraciadamente para ellos cegado por ambas partes. El gobierno central, aferrándose a una inexistente imposibilidad de modificar la Constitución (todas son modificables, aunque con costes electorales), se negaba a negociar. El gobierno catalán entendía por negociación la simple aceptación de sus pretensiones. Encima, sentarse con quienes representaban al «España nos roba». Demasiado. Parece que es lo que ahora pretende el nuevo gobierno de Madrid, manteniendo, eso sí, sus equilibrios de cara a las próximas elecciones en las que los «españolistas» pueden tildar de traidores a éste y arañarle preciosos votos mientras el gobierno de Barcelona mantiene su vocabulario unilateral, haciendo la operación un tanto confusa.

La ausencia del gobierno catalán en los consejos multilaterales de los representantes de las Comunidades Autónomas muestra hasta qué punto hay atisbos de multilateralismo.

Pero volvamos a la comparación. Primero, los asuntos llamémosles «chirriantes»: Irlanda, pero también Gibraltar, para los brexiters y el Valle de Arán para los secesionistas catalanes.

Y un punto más. Las encuestas en el Reino Unido muestran un cierto desencanto con las iniciales promesas del Brexit: han llegado las rebajas de la realidad y eso ya no gusta tanto. El gobierno, dividido, ya no puede hablar tan claramente de la «voluntad nacional». Caricaturizando: brexiters viejos y rurales y remainers jóvenes y urbanos. Tampoco el gobierno catalán puede hablar en nombre de la «nación» o el «pueblo catalán» cuando tiene dificultades incluso para hablar en nombre del independentismo. Los entusiasmos se enfrían y los políticos intentan salvar el máximo posible en el naufragio. Claro que, con distritos uninominales, la cosa se presenta de forma diferente a listas cerradas y bloqueadas con distritos «problemáticos». Me parece que volvemos a la propuesta de Ortega: conllevar el problema, sin resolverlo

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