En un reciente viaje a Chicago la guía argentina que coordinaba el grupo de visitantes entre los que me encontraba, manifestó que su presencia en EE.UU. era consecuencia del capitalismo actual, puesto que los habitantes de los países pobres tienen que emigrar a los ricos para disfrutar de una vida mejor. En un momento de descanso intenté hacerle ver, con toda la cordialidad posible, que gracias a la globalización de la economía las naciones más desfavorecidas han tenido la oportunidad, en los últimos veinte años, de mejorar el nivel de vida dentro de sus fronteras, ya que pueden fabricar productos y bienes de consumo a un coste competitivo, lo que permite que se puedan vender en las naciones más desarrolladas, donde la mano de obra es más cara.

Le dibujé un esquema simple de la economía internacional basado en que EEUU, Europa y Japón, disponían del conocimiento y de los medios para la investigación y el desarrollo y, además, contaban con capacidad financiera para invertir en los países en vías de desarrollo en la generación de centros de fabricación. Por tanto, gracias a estos esfuerzos conjuntos, los países emergentes con abundante mano de obra desempleada o procedente del mundo rural, dispuesta a incorporarse al sector industrial para mejorar su precaria situación económica, generaban puestos de trabajo.

Añadí que este orden había funcionado (con todas sus imperfecciones), y que para ser más sólido y universal había permitido a China (con su capitalismo controlado) primero y, posteriormente, al resto de países de su entorno, sumarse al desarrollo internacional, con las ventajas económicas y sociales que estos avancen aportan.

La lógica de esta reflexión se trunca con la inesperada victoria en Estados Unidos del republicano Donald Trump, que inició un cambio de actores y que está produciendo un cambio en el escenario internacional. Para cumplir su programa electoral ha iniciado un proceso involutivo de la globalización con la implantación de medidas de proteccionismo a ultranza con el objetivo de proteger (según su criterio) la economía de su país. Para ello ha comenzado a imponer fuertes aranceles no sólo a las importaciones tanto de China como de la Unión Europea, sino también a las de sus socios México y Canadá. Estas decisiones están generando una situación de inestabilidad internacional de imprevisibles consecuencias para el comercio mundial.

La credibilidad del comercio internacional ha recibido otro fuerte golpe con el Brexit, por el que el Reino Unido abandona la Unión Europea después de un irresponsable referéndum. Este hecho inminente nos sitúa en un escenario inesperado del que debemos prever unos resultados que no serán los mejores para nuestro país.

Una guerra arancelaria entre las grandes potencias económicas tendrá daños para todas las economías, también para la española. Maurice Obstfeld, economista jefe del Fondo Monetario Internacional, considera que si las amenazas arancelarias se materializan y cae la confianza empresarial, el "PIB mundial podría quedar un 0,5 % por debajo de las proyecciones actuales para el 2020, esto es, unos 430.000 millones de dólares", Añadió que aunque todos los países estarían peor, la economía de EEUU es especialmente vulnerable porque su comercio global está sujeto a medidas de reciprocidad". Pero el impacto en el PIB no será la única consecuencia. Por ejemplo, en España sufrirán dificultades las exportaciones de calzado, juguetes, cerámica, automoción, agrarias e incluso el turismo se resentirá.

Lo que está en juego es mucho más que la aplicación de unos aranceles. Nos enfrentamos a un retroceso de décadas en las relaciones internacionales. Si triunfan estas tesis nos jugamos la quiebra del orden mundial que apuesta por el libre comercio que ha traído al mundo las siete décadas de mayor prosperidad, paz y crecimiento de la historia.

Volver a régimen comercial basado en acuerdos bilaterales abre la puerta a desmanes y abusos por el uso de la fuerza como sustituto del orden general en el comercio. Este entorno se basa en relaciones políticas en función de los líderes que en cada momento dirigen un país y es la antesala de la desconfianza y el retorno progresivo a la creciente autarquía.

En España esta tempestad internacional ha coincidido con un cambio de gobierno en virtud de una moción de censura impulsada por el PSOE, que ha tenido los apoyos necesarios para prosperar.

Las primeras declaraciones de los nuevos ministros tras el cambio de gobierno en España plantean un nuevo escenario económico, político y social que deberemos analizar desde el Foro de Debate Económico Germán Bernácer. Creemos que aportan ideas que pueden resultar interesantes, pero falta definición a la hora de aplicarlas, ya que se perciben contradictorias o con diferentes puntos de vista, entre los responsables de cada rama, en particular desde el ministerio de Hacienda.

Estamos de acuerdo con el objetivo de que la industria tenga un peso específico en el PIB cercano al 20%, pero siempre que sea competitiva y con valor añadido, si no antes o después desaparecerá. Pero discrepamos de otras acciones que se han presentado como el mejor camino para la mejora económica como subir el precio de los carburantes, de la energía, los impuestos o las cargas sociales a las empresas, como parece que pretende el actual gobierno.

El informe de la CEOE titulado ``Recaudación tributaria y tributación empresarial´´, asegura que si se aplican las subidas de impuestos que parece que está estudiando el actual gobierno (Impuesto sobre Sociedades, de tributos locales y autonómicos), se elevaría la presión fiscal sobre las empresas españolas al 50% del beneficio, cuando la media de la UE está en el 40,6%. Esto seguro que perjudicará al empleo, a las inversiones y podría provocar la huida de empresas que pueden permitirse su traslado a otro país donde la fiscalidad les resulte más favorable.

Resulta, además, paradójico que se hable de grandes grupos consolidados cuando facturen más de 8 millones de euros, a efectos de mayor tributación. ¿Qué empresa va a querer crecer para que le suban el tipo impositivo del Impuesto sobre Sociedades? ¿Qué empresa pequeña o mediana puede invertir en investigación, desarrollo e innovación? Es el pez que se muerde la cola, si queremos tener un tejido empresarial fuerte y competitivo, con capacidad de creación de empleo de calidad, se debe favorecer el crecimiento de las empresas con una fiscalidad acorde con nuestros competidores europeos.

Es inaplazable, por tanto, que las reglas del mercado sean iguales para todos, dentro y fuera de la Unión Europea, favoreciendo a los productores más competitivos, lo que redundará en la especialización y, en consecuencia, en el progreso general de los ciudadanos. Por eso nuevos experimentos autárquicos, proteccionista, más propios de hace un siglo que de nuestros días, nos conducirían a un empobrecimiento de las clases sociales con menos recursos y, probablemente, a enfrentamientos sociales de corte nacionalista que tan malas consecuencias nos han traído a lo largo de la historia contemporánea.

La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, resumió hace una semana la situación con claridad: la guerra comercial no crea ganadores y, además, es muy dañina para el crecimiento, la innovación y la lucha contra la desigualdad.