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José María Asencio

Extrema derecha y nueva izquierda 

La victoria de Casado en el PP ha desencadenado un torrente de descalificaciones desde la llamada izquierda que ha situado a éste en la derecha extrema aunque, eso sí, sin destacar claramente los motivos ideológicos por los que esa ubicación se realiza y, sobre todo, sin aclarar qué es exactamente la derecha y qué es la izquierda hoy. Porque, esa es la cuestión, identificar derecha e izquierda con determinadas reivindicaciones que solo son consideradas de este modo de forma voluntarista o forzadas por quien se cree habilitado para repartir credenciales democráticas o retirarlas.

Soy de los que piensan que las reivindicaciones de la actual izquierda no son de tal naturaleza, que muchas de ellas se oponen a lo que la izquierda española sostuvo durante decenios, que demasiadas de ellas, por represivas, son vulgar imitación del franquismo, que otras tantas son anacrónicas y que, en fin, el resto expresan su forma de entender cosas que deben pertenecer al ámbito de la libertad individual y no ser regidas por el Estado cuya neutralidad es dudosa en su sistema de partidos poco dados a anteponer a sus intereses los del Estado.

La izquierda proclama un pensamiento que reclama universal, absoluto, exclusivo de la democracia y descalifica toda oposición, situándola en el radicalismo extremo. El fenómeno del progresismo de pensamiento único se ha ido imponiendo ante el silencio de buena parte de la sociedad que ha renunciado a expresar sus ideas, excluidas socialmente e, incluso, reprimidas penalmente, como en los mejores regímenes totalitarios. Los principios del Movimiento Nacional han sido sustituidos por otros que quieren que funcionen de forma similar y que merecen el mismo rechazo. Bueno es que en la sociedad convivan distintas ideologías y bueno es que nadie se vea compelido a ocultar la suya. Y mejor aún que ninguna sea calificada de extrema, intolerable o delictiva. Pluralismo y diversidad, frente a sectarismo y pensamiento único.

La izquierda de hoy se parece poco a la del pasado más reciente, sosteniendo posiciones que aquella negaba como propias. Calificar como izquierda lo nuevo lleva a situar en la derecha extrema a la misma izquierda de la Transición y eso no es fácil de aceptar y mucho menos con la obsecuencia con que algunos lo hacen. Sobre todo si se comparan ambas.

La negativa a entregarse a la política de la memoria histórica y desenterrar a Franco no parece que pueda constituirse en elemento que defina a la derecha. La izquierda española, desde los años cuarenta y el PCE desde 1956, demandaba la reconciliación y la amnistía para todos los delitos cometidos por ambos bandos, incluido el franquismo. Una política clara y diáfana que choca con la revancha, el odio, la exclusión y la manipulación de la historia de la nueva izquierda que, con su postura, reprocha a sus antecesores la moderación, la búsqueda de la concordia y la paz, anteponiendo la democracia a toda otra consideración. En todo caso, la memoria histórica persigue deslegitimar a la derecha y, ante este reto, no cabe otra respuesta que la oposición. Es por eso por lo que, ante la pasividad de Rajoy en este asunto, la reacción obligada de Casado aconseja extremar la prudencia. La confrontación está asegurada porque el PP ha decidido poner coto a los excesos. Conviene, pues, moderar las posturas.

El tema catalán es tan complejo que calificar la fuerza cuyo fin es imponer vigencia de la Constitución como extrema derecha y el diálogo y las concesiones, demostradamente equivocadas cuando el secesionismo no está dispuesto a someterse a la ley, de izquierdas, es absurdo. Exigir la aplicación de la Constitución y el respeto a las instituciones no es de derechas. Ceder ante pretensiones independentistas cuando éstas no presentan oferta alguna de modificar sus objetivos e incluso insisten en la desobediencia, tampoco es de izquierdas y responde más a los intereses del PSOE. No nos engañemos y seamos tan ingenuos. En todo caso, el nacionalismo, no se olvide, no es de izquierdas. ¿O ahora sí?

Reivindicar la enseñanza concertada junto a la pública, no parece tampoco de extrema derecha. La primera la diseñó el PSOE y existe en muchos países de nuestro entorno sin complejos anticlericales, los que la nueva izquierda acaba de redescubrir entrando en el túnel del tiempo.

Bajar impuestos dijo Zapatero que era de izquierdas. En qué quedamos.

La sanidad universal española no existe en ningún país del mundo. González no la diseñó para todos, sino para los españoles que no habían cotizado. Sin medios es inviable y poner los suficientes no parece posible. La palabra no basta si no se allegan recursos para hacerla efectiva.

Fomentar la natalidad en un país envejecido, tampoco puede ser calificado de derechas y sí de realista y necesario. No querer ver este dato, que constituye un grave problema en el primer mundo, no es de izquierdas, sino de irresponsables. Que el aborto sea la única respuesta ante este hecho, merece alguna reflexión seria.

Recuperar el delito de referéndum ilegal, que Zapatero derogó, constituye una necesidad que hubiera evitado acudir al delito de rebelión tan forzadamente como ha habido que hacer para evitar que la gravedad de la actuación en Cataluña se saldara con una respuesta penal insignificante. No veo la izquierda por ningún lado y sí el precio a pagar por las veleidades de aquel presidente que convendría olvidar, no imitar. Su legado es causa de muchos de los problemas de esta sociedad. Defenderlo equiparándolo a las esencias de la izquierda renunciando a aquella otra, no es fácil; calificar de extrema derecha a Felipe González, mucho menos.

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