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Pura magia

Me creo los enfados de Anthony Blake y los enfrentamientos que tiene con los aspirantes

Me gusta Pura magia porque es uno de esos formatos donde me creo todo lo que pasa. Me creo a los concursantes. Me creo sus lágrimas. Sus ilusiones. Sus orígenes y las metas a las que aspiran. Me creo los enfados de Anthony Blake y los enfrentamientos que tiene con los aspirantes. Me creo que el desprecio que provoca en la grada del público (plagada de amigos y familiares de los concursantes) cuando descalifica a sus pupilos. Es más, creo que a través de Pura magia he descubierto las aristas que esconde José Luis Panizo, el asturiano nacido en 1955 que se hizo famoso sobre todo en las subastas del Un, dos, tres, interpretando el personaje de Anthony Blake.

Me creo a Mag Lari, un comunicador como la copa de un pino. Un prodigio sobre los escenarios al que he visto meterse en el bolsillo aforos gigantes como muy pocos artistas de su generación son capaces de hacer. Quizás Luis Piedrahita y muy pocos más.

Y me creo a Nina. Qué maravilla. Qué atinados sus comentarios, qué acertadas sus apreciaciones basadas en el sentido común y qué grandes sus consejos como maestra de las tablas. Desde luego que la Nina que llegó de la mano de Xavier Cugat al Un, dos, tres hace más de treinta años no ha hecho más que mejorar. Mira que hemos vistos jurados en talents, pero con la cordura, la elegancia, la clase y la pertinencia de Nina pocos, muy pocos.

Me creo todo lo que ocurre en Pura magia. Y tiene su mérito. Porque es un programa que se basa precisamente en el truco, en el efecto, en la ilusión. Y porque se trata de un producto televisivo muy editado. Pero hay verdad. Mucha verdad en lo que se ve y en lo que se intuye. Por eso estaré pegado los lunes a La 1 hasta el 10 de septiembre.

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