P ablo Casado ha sabido explotar mejor que Soraya Sáenz de Santamaría la idea de la derecha acomplejada frente a la supuesta superioridad moral de la izquierda. ¿Significa que ha ganado por ese motivo? No. Lo ha hecho seguramente por la posibilidad que se les brinda a sus adeptos de contrastar un futuro algo mejor en manos del candidato que plantea el único relevo generacional en el Partido Popular. Casado es y no es lo de siempre. Por esa razón compartida que marca la ambigüedad se ha impuesto frente a una aspirante que únicamente representaba el marianismo sin Mariano. La idea de proponer a Fátima Báñez como secretaria general yo creo que ha sido la puntilla al sorayismo. ¿Pero alguien de verdad puede concebir ilusiones de crecer electoralmente con Fátima Báñez al frente de un partido?

El sorayismo es rancio dentro del PP sin Mariano, pero el casadismo supone una aventura arriesgada teniendo en cuenta que hay, al menos, dos derechas en busca de un electorado. Si el líder avanza hacia la izquierda puede perder el rédito electoral de la militancia extrema. Si se queda, el territorio por explorar de Ciudadanos es amplio. Pero eso corresponde al partido de Rivera decidirlo. Hasta ahora su principal pecado es la indecisión y la ausencia de prestigio ante las oportunidades.

Casado ha renunciado a esa parte de frescura que se otorga a los políticos jóvenes para liderar cualquier proyecto. En una circunstancia difícil y obligada tuvo que sacrificar los rudimentos liberales que le acompañaban en las tertulias para intentar aglutinar a los seguidores de un partido náufrago de la confusión. ¿Somos de derechas o no? Convendría, en cualquier caso, aclararlo y empezar a no sentirse avergonzados de ello. El problema es cómo conciben los españoles, en general, ser de derechas. Hasta dónde hay que retrotraerse por la ausencia de una educación liberal y europea.