Los primeros veleros torrevejenses que hicieron la carrera a América tardaban de dos meses y medio a tres en llegar a Cuba. Este tiempo de duración del viaje se vio reducido a un mes al empezar a trazar el rumbo por la zona norte, en donde los vientos eran más fuertes, aunque también más fríos. Se cargamento estaba formado la mayoría de las veces por teja plana y ladrillos huecos.

De aquellas largas travesías realizadas por veleros de Torrevieja me hablaba Gregorio Martínez, más conocido por «el Anacleto», antiguo grumete-marinero enrolado en el bergantín-goleta «Clotilde», capitaneado por Eduardo Sala Saura, en una de sus travesías a trasatlánticas a Cuba. Recordaba Gregorio sus pesares en aquellos largos días sin ver tierra y, sin ninguna nostalgia posterior; en cuanto pudo desembarcó y se dedicó a trabajar como pintor de brocha gorda, primero en Melilla y después en Torrevieja, hasta su jubilación, sin olvidar su etapa marinera que rememoraba construyendo modelos y miniaturas de los barcos de su época

Otro antiguo marinero torrevejense, José Rodríguez Sala, alias «el Sandalio», antiguo marinero nacido en Torrevieja a fines del siglo XIX, explicó con detalle aquellas vidas en la mar que recogió en numerosísimos artículos.

El gusto de verse tanto tiempo por el mar grande y profundo parece más bien de pena y amargura que de satisfacción; entrada y salida de guardia cada cuatro horas, oyendo el repique de la campana de popa cada dos horas, relevo de timón, recogida de palos todas las tardes desde las cuatro a las cuatro a las seis, limpieza, pintar, hacer cajeta y mojetes, hacer meollar, limpiar las luces de situación, compás y albergues; y siempre las mismas caras ante la vista. Una vida aburrida para los marineros, al pasarse los días sin ver tierra, ni aún barco, y siempre solos.

En Santiago de Cuba se admiraban sobre todo una gran plaza con el nombre de Plaza de la Reina, donde se encontraba el edifico del Ayuntamiento y, el salón de sesiones, un gran cuadro de Hernán Cortés jurando el cargo de primer alcalde de Santiago de Cuba. Todos los edificios que había en la plaza aran bancos, colonia gallega y centros oficiales.

El habla, costumbres, apellidos y nombres era puramente español en Cuba. Solo variaba la moneda y algún extraño odio a nuestra estirpe por parte de las criadas, metiéndoles miedo a los niños: «¡Qué vienen los españoles!», para que no se desviaran de ellas.

Según nos cuenta José «el Sandalio'» la mayoría no eran así, sino todo lo contrario, demostrando a cada momento que sentían amor y cariño por esa enseña que mostraba sus colores en los costados del velero español y que, los trabajadores mulatos, no se cansaban de mirarla muchas veces durante la descarga en el muelle de madera en que estaban los barcos atracados.

En los cines, cada vez que había un descanso, proyectaban en la pantalla el anuncio «Se prohíbe fumar en la sala», y cada vez que lo hacían aparecía la bandera española flameando al viento y en colores, después la cubana y, por último, la norteamericana anunciándolo en inglés. Todos estos pequeños detalles tenían un valor extraordinario para los marineros torrevejenses cuando se encontraban en América, tan lejos de España y tan cerca de lo español.

Los fletes ofrecidos en Santiago de Cuba eran generalmente de azúcar y cacao, mientras que en Manzanillo eran de madera de cedro y caoba, haciéndose la carga por medio de balsas de veinte o treinta piezas cada una y desde el costado del barco se iban enganchando y subiendo una a una a la bodega. El pueblo era muy parecido a la Torrevieja de principios del siglo XX. Tenía Manzanillo un muelle de madera y una fábrica aserradora, en donde los barcos hacían la aguada con barriles que con un bote se transportaban a bordo.

Toda la costa cubana, desde cabo Cruz hasta cabo San Antonio, es baja y en ella se encontraban las célebres plantaciones de tabaco de Vuelta Abajo, región de la provincia de Pinar del Río. Todo lo contrario sucede desde punta Maisí hasta pasada la costa de entrada a Santiago, siendo tortuosa, viéndose por el interior sierras elevadas y montículos; en uno de aquellos tuvo lugar la célebre batalla donde murió Vara de Rey, militar y político español, héroe de la Guerra de Cuba por su defensa del fortín de El Viso.

En aquellos lugares cubanos los marineros torrevejenses solían degustar la manzana de rosa, fruta con color y olor a flores pero sin gusto al paladar; la piña, el mango, la sandía y el coco. También se tomaba el jugo de estas frutas en refresco con hielo. Antes de zarpar de regreso, además de los víveres necesarios para el barco, los marineros solían comprar guayaba, realea, paquetes de cigarrillos «Henri Clay», junto con picadura de tabaco «Partagás» y «Competidora».

En los primeros años del siglo XX, salieron barcos de Torrevieja para América en distintos rumbos: el bergantín-goleta «Joven Pura», para Santiago de Cuba y Manzanillo; en bergantín-goleta «Joaquina», para Santacruz; la polacra-goleta «Hernán Cortes» para Manzanillo; el pailebote «Carmen Flores», para La Habana; el pailebote «Salinero», para Buenos Aires; y el pailebote «Parodi Hermanos», para Veracruz, al bergantín-goleta «Clotilde», a La Habana; y el bergantín-goleta «Viajero», a Manzanillo.

Manzanillo fue el puerto de más movimiento de barcos torrevejenses llegados a Cuba, así como de otros barcos tripulados por marineros de Torrevieja. Pero no se puede decir que fuese sólo Manzanillo el único, ya que también lo fueron algunos puertos de Estados Unidos en los que cargaron madera barcos de Torrevieja; entre ellos lo fueron Nueva Orleans, Cayo Hueso, Miami, Florida y Boston.

Durante los días que duraba la desestiba y estiba del barco, el capitán se instalaba en la habitación de algún hotel cercano al puerto, recogido con una mujer zalamera y guachinanga. Habaneras, que yo sepa, no cantaban.