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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Los oscuritos

Cuídate de los iluminados le decían a Hypatia de Alejandría y como no hizo caso se encontró un día descuartizada por una turba sobre un altar ceremonial (cristiano, por cierto)

Me llevan por la Calle de la Amargura la corrección política y el revisionismo de la historia con parámetros actuales, de tal forma que del año 2000 para atrás cualquiera que pintase algo o publicase dos líneas fue un criminal o cuanto menos un infame machista, racista, fascista, comunista, supremacista o cualquier adjetivo que acabe en «ista». Como nos estamos volviendo locos con tales desatinos, pueden meterse en el mismo saco la ocurrencia del nuevo gobierno de adaptar la Constitución a un lenguaje no sexista (¡olé!) con la de unos sesudos estadounidenses que han degradado a Laura Ingalls (La dulce niña de «La Casa de la Pradera») porque en su obra del primer tercio del siglo pasado a los negros los definía como «los oscuritos». Santo Cielo, qué horror.

Tengo la sensación de que al igual que los imbéciles son abundantes cual las arenas de los mares, los adalides de la corrección nos han pasado por encima, de tal forma que uno, cuando escribe en redes sociales o en este mismo periódico, se plantea a qué colectivo teóricamente desfavorecido va a ofender y qué consecuencias le va a traer. Ríase usted de las presiones que hacían los gobiernos contra los periodistas, comparados con los de cualquier indocumentado que teóricamente represente a uno de estos grupos y les haga arder en llamas contra los que traspasan una teórica línea que sólo ellos ven. Cuídate de los iluminados le decían a Hypatia de Alejandría y como no hizo caso se encontró un día descuartizada por una turba sobre un altar ceremonial (cristiano, por cierto).

Soy más de «Bonanza» o de «El Virginiano» que de «La Casa de la Pradera», serie torro y buenista en la que únicamente la maldad de la señora Oleson y de su hija Nellie evitaban el empalago. Como la ponían a la hora de la siesta y yo he sido un profesional del sueño post almuerzo, de eso que me libraba, pero así y todo he visto un montón de capítulos, suficientes como para pensar que hay que estar muy medicado para argumentar que Laura era un mal bicho.

Ha dado igual: el «Premio Laura Ingalls» ha sido borrado de la historia porque en algún rincón de la edulcorada obra de la escritora sobre los colonos de mediados del siglo XIX dice que en la pradera no había gente, sólo indios, y llama a los negros «oscuritos». Como alguno se habrá quejado de semejantes excesos verbales envían a la autora al olvido y no condenan a sus libros a la hoguera, que quizá se merecen por ñoños, más que nada porque es inútil en estos tiempos de internet. La obra de Ingalls se publicó en los años 30 del siglo XX y hacía referencia a sucedidos en 1880.

Si analizamos con criterios de hoy a los grandes escritores del XVI y del XVII, la mayoría no tienen un pase. Quevedo, Cervantes, Lope, Shakespeare, Calderón reflejan en sus obras su aquí y ahora que no coincide ni tiene porqué coincidir con el nuestro. Su actualidad no era la de hoy, ni su manera de pensar, ni la sociedad en la que se movían y no es su manera de ver el papel de la mujer o de las minorías por lo que juzgamos su obra, a dios gracias. Pero igual pasa con los grandes hombres -¿estoy utilizando un lenguaje no inclusivo?- como Alejandro Magno, Ramsés II, Julio César, el Primer Emperador Qin o Felipe II, asesinos genocidas con los criterios de hoy, si no fuera porque el mundo que les rodeaba era tan implacable como lo fueron ellos. Pedir continencia en un festín de caníbales es tan inútil como criticar que la Conquista de América se hiciera a sangre y fuego. Pues claro, ¿qué esperaban?: ¿pasen ustedes y acomódense que nosotros nos vamos? No funciona así el Mundo.

Me temo mucho que este tsunami de corrección política se va a llevar por delante buena parte de la historia, hasta que vengan otros que pongan cautela y analicen con criterios históricos quién hacía qué, por qué se escribía tal cosa o qué argumentos justificaban una forma de pensar, de creer o de sentir.

No me importa para nada que los grupos minoritarios salgan de los armarios para proclamar su verdad absoluta. Y no me molesta porque respeto que digan lo que quieran o que escribieran -si llegara el caso- contra los columnistas bajitos, heterosexuales y calvos, que es mi realidad. No me ofende para nada porque, entre otras cosas, la libertad de opinión está para eso y como decía un parlamentario inglés no estoy nada de acuerdo con lo que dice pero defenderé hasta la muerte que tenga la posibilidad de argumentarlo. Incluso si son sandeces como las que me motivan hoy a darle a la tecla.

Bueno, y lo de la Constitución políticamente correcta y con lenguaje inclusivo? Anda, que no está anticuada la pobre; anda que no hay artículos que corregir y actualizar como para que se conformen con poner una @ para evitar el género sexista o hablen de españoles y españolas, cuando en nuestro idioma tenemos el neutro que se aplica a hombres y mujeres por igual. Mira que hay desocupados en el mundo y gentes/gentas con ganas de tocar las narices/narizas.

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