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Casado lleva al PP al extremo

Pablo Casado es un personaje secundario. Igual que Pedro Sánchez, sin ir más lejos

Pablo Casado es un personaje secundario. Igual que Pedro Sánchez, sin ir más lejos. La grandilocuencia, que nunca abandonará al PP, ha permitido que proliferen las comparaciones irrespetuosas con Kennedy. Sin embargo, el trauma que arrastran los conservadores obliga a calibrar si han buscado un clon del secretario general socialista, que les arrebató la presidencia del Gobierno en una Blitzkrieg.

Con Sánchez, Iglesias, Rivera y Riverita Casado se cimenta el cuarteto de los novios ideales, con más empaque que contenido. En su segundo hundimiento en dos meses, a Soraya ni siquiera le pertenece la derrota, un honor residual. Se ha desplomado porque venía aromada de Rajoy. Es decir, de la mayor humillación sufrida por un partido político. La número uno del Gobierno caído no ha sido ignorada, sino odiada por sus correligionarios. Por primera vez en la historia, la comida de despedida de una vicepresidenta del ejecutivo se realiza en su contra, y a ella asisten nada menos que ocho ministros. La solidez granítica del gabinete del PP.

En un triunfo sorprendente, Casado lleva al PP al extremo, apura sus esencias. Por fortuna, la realidad impide los designios ultraconservadores. Así, el nuevo presidente inició su discurso celebratorio especificando su "lealtad al Rey Felipe VI", desligándose pues del Rey Juan Carlos I. Lo importante no es la inevitable contaminación de los principios al estrellarse con la tierra, sino que se pueda coronar un partido mayoritario desde la visceralidad. El nuevo presidente popular aplasta a Vox y asfixia a Ciudadanos, arrastrado por Rivera a la estela del húngaro Orban. A cambio, los compromisarios del partido conservador han despejado el centro del terreno a Sánchez. Le han entregado el balón. Según demuestra la experiencia del Mundial, la posesión del esférico no garantiza la victoria. Al contrario, multiplica los errores.

En una maniobra audaz, Casado se postula a presidente del PP para evitar el destino de Cristina Cifuentes. Las alusiones de Soraya a la corrupción en su discurso de ayer no solo iban contra los grandes éxitos del PP en este apartado, apuntaban sobre todo al currículum de su rival. Se quedaron sin eco en un partido que no castiga los comportamientos corruptos, solo la derrota. Y la "esposa" política de Rajoy, por utilizar la expresión que George Bush aplicó una vez con descuido a Condoleezza Rice, es una perdedora.

Soraya debió brindar con champán al expulsar de la liza a su archienemiga Cospedal, en la primera vuelta de las primarias. A la postre, quedarse a solas con el debutante Casado ha sido contraproducente, porque se enfrentaba a dos enemigos en vez de una. Sin embargo, no debe buscar causas externas a una derrota que arranca y desemboca en sí misma. Al igual que sucede con la antigua ministra de Defensa, hace falta valor para aspirar a la presidencia del PP al día siguiente de haber hundido un Gobierno entero.

Al margen de su físico compartido de catálogo de grandes almacenes (ya solo puede comentarse la anatomía de los varones), ¿en qué se parecen Casado, Sánchez, Iglesias y en menor proporción Albert Rivera? Son candidatos no solo propulsados sino creados por La Sexta, desde una forma frenética de irradiar la política. Cuando se daba a la televisión por muerta, regresa en las teleseries y en el poder decisorio en La Moncloa.

Rajoy sufrió también ayer su segundo revolcón consecutivo. En su discurso de apoyo a ambos candidatos se enceló en un nostálgico "volverán a llamarnos". Ya sucedió en 2011, pero el registrador olvidaba que la invocación del eterno retorno nietzscheano conllevaba la evidencia de que "volverán a echarnos", como en 2004 y 2018.

Aunque Rajoy cazó más brujas que McCarthy, se uniformó de MacArthur y su "volveré", suspirando como el general por haber aplicado el armamento nuclear al problema catalán. El expresidente noqueado reivindicó su éxito en Cataluña, donde el PP conserva cuatro diputados de 135 y hay encuestas que le auguran un descenso. La conclusión más exacta de la llegada de Casado es que Rajoy no podía seguir.

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