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El sonido del silencio

Es opinión general que el silencio es un buen bálsamo para las heridas del alma. Sin embargo, y en los convulsos tiempos por los que atraviesa España, qué difícil es recurrir a ese supuesto remedio milagroso que alivie los ánimos o resuelva situaciones no deseadas. Hace tiempo que tomé la decisión de adoptar una honrosa retirada cuando algo, cuando alguien, afectaba negativamente a mi ánimo o a mi estabilidad emocional; la retirada iba acompañada del silencio y la mejor de mis sonrisas a partir del momento en que un agente externo se convertía en elemento tóxico. Pero no estoy seguro de que esa sea una decisión acertada, por mucho que a mí me funcione; y es que esa retirada silenciosa frustra el deseo de acometer una batalla dialéctica con nuestro interlocutor, en la que la confrontación de ideas llegue a algún punto de entendimiento. En la mayoría de las ocasiones esa dialéctica resulta tan estéril como agotadora; el silencio, pues, resulta lo más cómodo. Como ya he comentado en varias ocasiones, mis relaciones sociales y amistosas me conducen a un punto de cierta esquizofrenia: el cariño, el afecto, enfrentado a la discrepancia ideológica; y créanme si les digo que no me resulta fácil navegar por esas aguas. Porque hacer un pacto tácito de silencio ante la cuestión del independentismo catalán, o ante la exhumación de los restos del dictador, son decisiones que no he tenido más remedio que adoptar recientemente, en aras de una convivencia civilizada con personas que me importan mucho, y que están profundamente imbricadas en mi universo afectivo; por anecdótico que resulte, resulta también ilustrativo de lo que hablo. De nuevo la duda de si ésta es la mejor actitud a adoptar. Algo parecido sucede con mi ideario político, con ese estar de acuerdo con las líneas maestras de un gobierno cuya ideología comparto, y algunas decisiones del mismo con las que discrepo. ¿Discrepar supone desautorizar o atacar? No, en absoluto. Y sin embargo, así se suele interpretar; mantener una actitud crítica se traduce como ataque a una ideología con la que se está de acuerdo en términos generales; y eso es injusto. Silencio ante cualquier toma de posición sobre la situación de la Corona, silencio ante la cuestión feminista, la cuestión de género, que en algunos aspectos está rozando el límite de lo ridículo; silencio en fin a lo que pueda parecer políticamente incorrecto. Y no es eso, señores, porque yo quisiera, como cualquier mortal, ser dueño de mi silencio pero también de mis palabras; y tan hermoso y necesario es lo uno como lo otro. En el terreno doméstico sin duda el silencio es una buena terapia porque a nuestro alrededor todo es ruido. Si somos sinceros admitiremos que nuestro interlocutor más frecuente es el teclado de cualquier artilugio informático, las redes sociales, los mensajes de texto y sobre todo el abuso del whatsapp han sustituido a la voz, a la expresión oral en aras de una comunicación fría que no tiene nada que ver con las sensaciones que transmite la palabra. Y en esas estamos. Ni quiero ni debo hablar «ex cátedra»; pero estoy convencido de que muchos lectores se sentirán identificados con mis opiniones, que no hay por qué llevarlas a la generalidad. Alguien dijo: «Qué hermoso es mi silencio para quien lo quiera oír». Pues eso.

La Perla. Otro intento de silenciar por decreto: «Si un hombre me dice un piropo por la calle y le ponen una multa, yo se la pago» (Bibiana Fernández)

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