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Isabel Vicente

Opinión

Isabel Vicente

Los huesos del abuelo

Aunque me da exactamente igual que los restos de Franco acaben en un cementerio, en un hoyo en el campo o en el chalé de uno de los nietos, me ha llamado la atención que la familia amenace con denunciar al Gobierno por «profanación de tumbas» si saca el cuerpo del dictador de la basílica del Valle de los Caídos. Desde luego, es una idea. De hecho, voy a intentar acogerme a esto de la profanación de tumbas cuando, en unos años, expire la concesión del nicho de mi abuelo y pretendan trasladar sus restos al osario común, o a donde sea que en el cementerio del pueblo pongan los restos de los fallecidos cuando expira el alquiler. ¿O a Franco no lo pueden tocar y a mi abuelo sí?

No entiendo yo esa cabezonería de la familia de Franco en mantener el cuerpo en el Valle de los Caídos, tan lejos de casa, con lo a mano que lo tendrían en una urna encima de la chimenea. Eso sí, deberían aguantar en su casa a los raritos que cada año por estas fechas se envuelven en la bandera el aguilucho y llevan flores a la tumba del dictador. Pero oye, es su muerto ¿no? Así, con Franco fuera, el Valle de los Caídos podría ser un poco de todos, incluidos los presos que contribuyeron a levantar semejante mamotreto y que están allí enterrados.

De todas formas hay otra posibilidad para evitar lo de la profanación que tanto preocupa a los nietos y, al tiempo, acabar con el simbolismo franquista del mausoleo: dejamos allí los restos del dictador, pero eliminamos la losa, la lápida y toda señal que aluda a que está allí enterrado. Ya, ya sé que al principio sus incondicionales seguirían procesionando cada 18 de julio por allí, pero, con el tiempo, quizá acabaríamos por olvidar dónde está enterrado. Igual que esos miles de fusilados por los franquistas que siguen en fosas comunes sin que sus familiares sepan aún exactamente dónde.

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