Cuando hace ná y menos el secretario general del pesoe parecía desahuciado para los restos y la formación a la que representa abocada a Segunda bé, a día de hoy expone pertrechado en el traje ese que le queda como un guante su plan para rescatar a España de la deriva moral en la que andaba sumida, tras haberse convertido en un tiempo récord en pareja de hecho de Merkel. Ni él mismo puede creerse lo que le está ocurriendo.
El merengue de Mariano en Moncloa empezó a cortarse con el anuncio del ca loret que trajo consigo la menospreciada moción y, por ahora, el nuevo inquilino ha rebajado de grados incluso a los brebajes esparcidos por el peripatético Torra sin despojarse siquiera de las gafas de sol. En este frenético periodo, donde cuesta situarse en la acción, se ha producido el fin del bipartidismo más cansino sufrido por la mayoría silenciosa: el de Messi y Cristiano, claro. Es factible, pero ni mucho menos seguro, que a M. Rajoy lo sustituya al frente de la equis del aparato un aznarín. Aunque haya sido de soslayo, al registrador de registradores se le ha visto enfurruñado porque las criaturas no quieren hacerle caso en su deseo de que parezca que son una familia. A ningún hijo se le puede obligar a querer al padre y, cuando al fin éste le concede la palabra, lo que perseguirá aquél es ser él mismo.
Por si esto no fuera suficiente, el revoltoso que comanda el pelotón federativo por antonomasia ha colocado al frente de la selección a uno de los pocos echaos p'alante al que Florentino no se llevaría a una isla desierta. Y la final de la Supercopa de España quiere llevársela a Marruecos aprovechando que acaban de reactivarse las escuchas y el papelón de Sumaje en los que figura que Corina y olé actuó de tapadera en una propiedad que el monarca alauí tuvo el detalle de regalar al colega y de aceptar éste y no declararla. España fue potencia cuando en sus dominios no se ponía el sol. Ahora en cambio la única forma de tenerle consideración es que, los de mayor rango, se encaramen a la sombra.