El pacto es inherente a la condición humana. Todos pactamos, acordamos, convenimos a diario con familiares, amigos o en el trabajo. Pactamos desde donde tomar una cerveza hasta las condiciones de un préstamo. Los pactos han condicionado la vida de las sociedades, creando una red de acuerdos y/o favores. La expresión latina do ut des, doy para que me des, denota la inicial simplicidad de cualquier trato y define el concepto del principio de reciprocidad recogido en el Código de Justiniano. Cualquier gobernante necesita del pacto para alcanzar el poder o mantenerse en él. Ergo el pacto en sí carece de cualidades, se las confieren los intervinientes que lo conjugan.

En la idiosincrasia del político mora el pacto, es consustancial a su condición. No se concibe la política sin él. La posible gobernanza se fundamenta en él. Desde que el ciudadano ejerce su derecho al voto, no confundir con el aforismo separatista del inexistente «derecho a decidir», el pacto entre aquél y a quien elige es un hecho. Es más, el pacto llevado a su máximo exponente, lo encontramos en el llamado contrato social, de carácter implícito y eje que mantiene la autoridad política y el orden social, que teorizara el filósofo Thomas Hobbes, y que desarrollara e hiciera popular Rousseau.

Si convenimos que en una posición de mayorías el pacto siempre es beneficioso, sobre todo los denominados pactos de estado, desde una situación minoritaria pactar se hace imprescindible. Sin pacto no se sacan adelante leyes y proyectos, no se gobierna. El parlamentarismo, además de en la oratoria, se basa en la búsqueda de consensos mayoritarios que den estabilidad a quienes hayan obtenido la confianza de la Cámara. Los acuerdos, fruto del diálogo entre distintos, no tienen por qué depender de una transparencia mal entendida. Es exigible su conocimiento a posteriori, lo contrario conduce irremisiblemente a situaciones surrealistas y al comprensible recelo de la ciudadanía.

Durante el debate parlamentario, como tras la asunción al poder de Sánchez a través de la moción de censura que acabó con Rajoy en Santa Pola, se ha negado por los que apoyaron al candidato socialista la existencia de pactos. Decían que solo les unían la avidez en el derroque del gobierno de los populares, justificándose en los casos de corrupción que agobian al Partido Popular. Pasados los días, hay hechos que ponen en duda la veracidad de tales aseveraciones. Los nacionalistas vascos anuncian, con el beneplácito gubernamental, una nueva vía de acercamiento de presos terroristas, dando de lado a Nanclares. Mientras cuentan con el apoyo socialista al gobierno vasco, preparan junto a Bildu un remedo del plan Ibarretxe que recorte distancias con Puigdemont y Torra. Podemos e Iglesias, quieren, demandan su oscuro objeto de deseo, RTVE. Sánchez, en una bochornosa operación, radiada en redes sociales, con decretazo incluido y maquinaciones en las votaciones camerales, que con la inhibición de dos diputados socialistas impiden la mayoría de los morados en el consejo, sigue comprometido con los populistas, sin saber cómo salir del enredo. Entretanto el sector y profesionales en tensión ante una más que probable nueva TV3 a nivel nacional si cae en manos de los populistas.

Los separatistas catalanes ya tienen a los presos golpistas en «sus cárceles». La agitación y propaganda de sus terminales civiles vuelven a tomar la calle pidiendo libertad para los golpistas y de paso coaccionar e intimidar a los constitucionalistas catalanes, de nuevo huérfanos en su tierra. El silencio del presidente ante el abyecto ataque al Jefe del Estado por parte del separatismo, sustituyendo en el pim pam pum al desalojado Rajoy, da argumentos a quienes creen que hubo pactos. Tras la mediática reunión para un diálogo de sordos en los temas de enjundia, se ensalza el postureo entre sonrisas y huerismo. Nada más terminar el hasta hace un mes racista, con lazo amarillo en su pecho, avisa que no renuncia a ninguna vía independentista. Gestos para un viaje a ninguna parte, en ningún caso vía para la recuperación de espacios destruidos. Sánchez preso de su minoría parlamentaria, de su moción y de sus pactos, espera el momento demoscópico idóneo para convocar elecciones.

Da la sensación de que Sánchez, su asesor y sus socios optan por hacer bueno uno de los pensamientos de Marx. «La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados». En la advertencia de que la reflexión es de Groucho, no de Carlos. Si me engañas una vez la culpa es tuya, si me engañas dos es mía, que diría el clásico.