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Epidemia de desconfianza

Parece que sí hay epidemia. Así, por ejemplo, para Colombia, México, Venezuela y Brasil, los cuatro en año electoral, la tendencia en estos diez años parece clara según Gallup: disminuye la confianza en el gobierno del respectivo país. Los que confían oscilan entre un 17 (Brasil) y un 26 (México) por ciento. Los motivos, mirando a otros datos de la misma encuesta, son visibles: aumenta el porcentaje de los que creen que la corrupción está muy extendida mientras disminuyen los que creen que las elecciones son limpias (el peor porcentaje, Brasil, con solo un 14 por ciento que piensa tal cosa).

También sucede en los Estados Unidos: el nivel de confianza en el gobierno central es el más bajo desde 1958, también según Gallup: solo un 18 por ciento confía en él. Siempre se podrá decir que el gobierno de Donald Trump lo provoca, vistos sus asuntos financieros familiares recientes o su recurrente tema con Rusia. Pero la duda sobre la limpieza de las elecciones no es de ahora, aunque ahora, en algunos casos, se vaya a poner coto por fin al caprichoso e interesado diseño de distritos electorales, que llaman «gerrymandering».

Sin irse tan lejos, la confianza en el gobierno que muestran los ciudadanos de la OCDE alcanza al 43 por ciento en un estudio del que se hacía eco el Foro Económico de Davos pero, nuevamente, en tendencia a la baja y, como puede suponerse, con notables diferencias de país a país: los suizos, los que más confían (un 80 por ciento dice eso) frente al 13 por ciento griegos que confían, pero que tienen buenas razones para no hacerlo: demasiadas diferencias entre campañas electorales y políticas reales (eso sí, gracias al súper-gobierno de la Unión Europea que no entra en esas campañas, pero sí en las decisiones de gobiernos como el griego? y como el español).

Y ya que hablamos de España, en la encuesta de la OCDE, los encuestados españoles, en un 30 por ciento, decían confiar en el Gobierno (estamos hablando de 2016) siendo, eso sí, uno de los países en los que más había disminuido esa confianza. Algo debe de haber cuando el Eurobarómetro para el 2017 daba un 22% de españoles que confiaba en su gobierno frente a un 75 por ciento que decía desconfiar, bien lejos de la media de la Unión: un 36 por ciento confía y un 59 por ciento desconfía. Pero también la desconfianza aumenta.

A pesar de esto, no me convence el atribuir todo el peso de esta desconfianza a la proliferación de casos de corrupción que han saltado a los medios y a los juzgados. Y eso que, según el Índice de Percepción de la Corrupción que publica anualmente Transparencia Internacional, la mayoría de países analizados en 2017 no progresan o progresan muy poco en su lucha contra tales comportamientos. Sin embargo, no me parece que ese argumento sea el que más pese en esta crisis de la democracia. La corrupción realmente existente (no solo la mediática y/o judicial) afectaría tangencialmente a la actitud que el ciudadano tiene respecto a su gobierno, sobre todo si piensa que, de estar en su lugar, también cometería tales delitos.

Los gobiernos no son celestiales. Quiero decir que son humanos y, por definición, son imperfectos. Peleas internas, incompetencias (lo que hace falta para llegar al cargo no siempre coincide con lo que hace falta para desempeñarlo), desprecio al electorado (los ciudadanos no se sienten escuchados por su distante gobierno), sometimiento a reglas de gobierno superiores al gobierno mismo, como sucede con la Unión Europea, y cosas parecidas son parte de esas imperfecciones. Claro que se pueden corregir, aunque sabiendo que nunca llegaremos a la perfección. Pero también se pueden negar y ocultar bajo capas y capas de asuntos más chocantes, aunque menos importantes. Y llega un momento en que el ciudadano se da cuenta de que le están engañando, que hoy le han dicho «sí» y mañana le dicen (o hacen) «no», que le ocultan lo que no es tan difícil conocer al margen de las «fuentes generalmente bien informadas? por los gobiernos».

No me parece un asunto grave. Doy por supuesto que los gobiernos siempre han sido imperfectos, pero ahora su pretensión de parecer perfectos choca demasiado con lo que se puede observar sin demasiado esfuerzo. Lo que sería grave es que esta desconfianza se tradujera en una demanda de «cirujanos de hierro» que pusiera fin a tales despropósitos? y los sustituyera por los propios del 18 de julio.

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