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Opinión

Doble verdad en Moscú

¿Un resultado exagerado, o un fiel reflejo de lo que vimos? ¿Una injusticia, o la prueba definitiva de que la justicia tiene el mismo papel en el fútbol que la ética de Kant en las decisiones de Donald Trump? ¿Un castigo al fútbol valiente y alegre de un equipo con una fe inquebrantable en lo que hace? ¿Un premio al fútbol del «aquí te espero», del «ya caerás en un contraataque», del «mis delanteros solucionan cualquier problema» y de un equipo con una razón inquebrantable en lo que hace? Croacia perdió la final del Mundial de Rusia con Francia.

Podemos hablar de exageraciones, de adecuación entre los hechos y la teoría, de justicia poética o de la otra, de fe, de razón o de lo que queramos, pero la selección francesa es campeona del Mundo y, tristemente, pocos recordarán que la selección croata fue algo más de un digo rival (¿usted recuerda qué selección jugó la final del Mundial de Brasil que ganó Alemania?). Los hechos son los goles. Para todo lo demás, vale la teoría de la doble verdad. La teoría medieval de la doble verdad, que suele atribuirse al filósofo cordobés del siglo XII Averroes, sostiene que la razón y la fe (las verdades obtenidas mediante el razonamiento y las verdades reveladas por Dios) pueden ser verdaderas aunque también sean contradictorias (de ahí lo de «doble» verdad). Si hay una verdad científica y una verdad religiosa, y son verdades aunque sean contradictorias, entonces también puede haber verdades futbolísticas que tienen que ver con la fría razón francesa en la velocidad de Mbappé, y verdades relacionadas con la fe croata en el talento de Modric.

Un partido de fútbol, aunque sea la final de un Mundial, se puede ganar (y perder) de muchas maneras o, si se prefiere, de dos. Francia propuso la razón y Croacia apostó por la fe. Ganó Francia, pero pudo haber ganado Croacia. No seamos injustos con Francia poniendo la justicia en el lado croata. Croacia jugó muy bien (puede que mejor que Francia), tuvo ocasiones de gol y mucha fe (puede que más que Francia), puso en el terreno de juego fantásticos futbolistas (puede que no inferiores a los franceses) y, sin embargo, perdió por un resultado que llama la atención por lo abultado. Fe y razón. Teología y Filosofía. Religión y Ciencia. Doble verdad. Sin la intervención del VAR, esa encarnación de la Providencia divina que todo lo sabe, todo lo ve y al que nada se le escapa, la selección croata podría haber ganado el Mundial. Habría sido justo. Pero el campeón es Francia. Y no podemos decir que sea injusto.

En 1929, el escultor francés Abel Lafleur (parece uno de esos apellidos que ponía Forges a sus personajes galos), realizó el primer trofeo para la Copa del Mundo de Fútbol inspirándose en la Victoria de Samotracia, la diosa alada que todavía hoy nos sobrecoge en el Museo del Louvre de París. La diosa sujeta un trofeo decagonal y, así, la obra de Lafleur (qué grande era Forges) mezcla en una fascinante ensalada estilística el Art Decó, el Modernismo y el Clasicismo. ¿Y no fue eso el partido Francia-Croacia? ¿Los espectadores no disfrutamos de una atrevida mezcla de Art Decó con Pogbá, Modernismo con Mbappé y Clasicismo con los remates de Mandzukic? ¿Hay algo más clásico que los centrales franceses? ¿El Mundial de Perisic no es puro Art Decó, con un toque modernista en esa mano desvelada por el ojo del VAR?

El trofeo de Lafleur y la doble verdad de la final del Mundial no tienen nada que ver con la justicia. Por cierto, no hay que olvidar a la selección de Bélgica, así que quizá deberíamos hablar de una triple verdad? ¿O nos estaremos pasando de barrocos?

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