No creo firmemente: o lo solucionamos o el problema nos afectará a todos.

Tenemos vecinos que dan razones suficientes como para que estemos muy cabreados, al mismo tiempo ellos están tan convencidos de poseer la verdad que no se explican que nos moleste lo que hacen.

Esto me recuerda a ese nuevo vecino del chalet que le molestaba donde aparqué mi coche durante años. Llega allí y me pincha una rueda del coche. Me siento junto al coche y me pongo a pensar. Ahora le pinchó las suyas, el me pinta la puerta del garaje, yo le pinto su fachada, el me mata al perro, yo quemo su coche, etcétera, todo esto sin mediar palabra.

Dejo de pensar, entro en casa y preparo una cesta de manzanas, llamo a su puerta y se la regalo con la mejor de mis sonrisas. El vecino, vencido y desarmado, piensa que están envenenadas y es cierto, están llenas de un veneno frente al que la estupidez no tiene antídoto: la inteligencia. Repetiré presentes cada Navidad y cada cumpleaños de la reina de Inglaterra.

En el caso de Cataluña hay que pensar en la cesta de manzanas porque si no es así creo que las cruces no serán decorativas, sobre todo porque quieren un mártir. Y eso que el daño ya está más que hecho: división, amigos que ya no lo son, familias enfrentadas, gentes de Albacete que luchan contra el Estado español opresor, catalanes señalados por sentirse españoles, gente que lo ve tan claro que se ciegan. Políticos que se vuelven mudos y otros que se acobardan y que se esconden en su miserable pesebre aunque no crean ni lo que dicen ni lo que ven.

¿Quién pone la cesta de manzanas? El más inteligente, el primero que piense. ¿Sería posible hacer las cosas sin enfadarse? Cuando respondemos en caliente siempre nos equivocamos. Tal vez bajar un escalón todos sería lo más adecuado. Tal vez nuestras normas necesiten una revisión que contente algo a todos, dé una excusa para apaciguar y se convierta en una magnífica cesta de manzanas.

Aprendamos de la historia: cuántas veces ha pasado que no vemos el problema cuando empieza y solo nos lamentamos cuando estalla. El enfrentamiento eterno no se sostiene. Dialogar no es perder, es dialogar, algo que es lo mejor que hacer en política para eludir la espiral de violencia que ya casi tocamos con la punta de los dedos.

En positivo, hay que tener muy claro que los políticos están de paso y que para mejorar el presente y preparar el futuro su objetivo debe ser dejar las cosas a sus sucesores mejor que ellos las encontraron. Nada más y nada menos.