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Martín Caicoya

La lactancia materna

La leche de la madre es mejor que las artificiales, pero los intereses de la industria pesan sobre la opinión de los mayores expertos

El siglo XIX fue muy revolucionario desde el punto de vista de la ciencia. Darwin publica su estudio sobre el origen de las especies, que cambiaría la forma en que nos relacionamos con la naturaleza. Si Copérnico había sacado al planeta Tierra del centro del universo, Darwin sacó al hombre del centro de la creación. No somos la cumbre, los más perfectos, todos los seres vivos lo son en tanto se ajusten a las condiciones donde viven y se reproducen, cada uno con sus medios.

La idea de la adaptación estaba en el ambiente. Claude Bernard la aplicó a la medicina mediante la elaboración de la hipótesis del medio interno. La idea es que los seres vivos mantienen una constancia en su interior que les permite sobrevivir y adaptarse a los cambios del exterior. Años más tarde esto se refinaría con las teorías que demuestran que tenemos sensores internos que informan a efectores, casi todos cerebrales, de la situación de algunas variables: el pH, la tensión arterial, el pulso, la cantidad de agua u osmolaridad, etcétera. Mientras, el fisiopatólogo alemán Wirchow desarrollaba su teoría celular: somos una república de individuos, células, con diferentes funciones, unidas por un propósito común mediante una burocracia que se encarna en las hormonas y los nervios, regidos por el cerebro. Wirchow se dio cuenta de la importancia de cada individuo en la consecución del bienestar del organismo y eso lo trasladó al cuerpo social. Nace la medicina social, de la que él es uno de los fundadores. Nace porque en ese siglo de la revolución industrial muchas de las personas, células del sistema, sufrían unas condiciones de vida calamitosas. Sus alumnos crearon una revista en la que declaraban: "La medicina es una ciencia social, y la política no es más que medicina a gran escala".

Desde esa perspectiva conviene mirar la controversia desatada en la sede de la ONU sobre la lactancia materna. Varios países, encabezados por Ecuador, solicitaban una declaración contundente de este organismo sobre el asunto. Hay suficientes pruebas como para afirmar que es una de las estrategias de salud púbica más coste-efectivas. La lactancia materna (unos 6 meses es lo recomendado), además de facilitar el crecimiento y desarrollo, protege al recién nacido de múltiples enfermedades: respiratorias, intestinales, infecciones de oídos, alérgicas, diabetes tipo 1, muerte súbita... Si el 90 por ciento de las madres americanas usaran exclusivamente lactancia materna se ahorrarían 13.000 millones de dólares al año. Lo más importante: un estudio de la Oficina Nacional de Investigación Económica de EE UU publicado este año concluye que en los países donde el acceso al agua higienizada es difícil, el uso de lactancia artificial contribuyó en 1981, cuando más se discutía la bondad de esta alimentación, a 66.000 muertes.

En la declaración se decía que la ONU "protegería, promovería y apoyaría la lactancia materna" y, en otro párrafo, que haría esfuerzos para evitar la propaganda y uso de lactancia artificial. Ahí fue donde la delegación de EE UU mostró su desacuerdo, no con la lactancia materna, que como tuitea el presidente Trump "EE UU apoya con firmeza", sino porque considera que no se deben poner obstáculos a la lactancia artificial, pues en palabras de Trump "muchas mujeres necesitan esa opción debido a la pobreza y la desnutrición".

La impresión es que los intereses ocultos, o no tanto, están torciendo en los delegados de EE UU el criterio de todas las agencias y asociaciones de salud que tienen que ver con el tema. Hace años, cuando la OMS intentó hacer una declaración contra el uso abusivo de azúcar refinado, el gremio de azucareros de EE UU amenazó al presidente con retirar su apoyo económico si no frenaba esa resolución, tal como ocurrió. Ahora es la industria de la lactancia artificial, que mueve 70.000 millones de dólares anuales, la que se ve amenazada.

La prensa denuncia que, en su intento de censurar la declaración, EE UU amenazó a varios países con sanciones si no apoyaban los cambios. Esta militancia no parece que sea para, como dice Trump, proteger a las madres desfavorecidas que no pueden amamantar. Son esas familias las que más se benefician de la lactancia materna, tanto porque el coste de la artificial es alto como porque para diluir la leche usan agua contaminada. Aunque desnutrida, una madre sí puede amamantar. Mejor, naturalmente, si se le aporta un complemento dietético, una política necesaria.

Cuando el entorno de Wirchow decía aquello de que la medicina es política sabía bien cómo esta última protegía a los capitalistas que usaban la fuerza del trabajo del obrero hasta extenuarlo. Sus denuncias y las de otros muchos, junto con las luchas obreras y las mejoras en la producción, obligaron a cambios legislativos que beneficiaron sus condiciones de vida. Las leyes y normas reflejan los intereses de los más poderosos. El conflicto de la lactancia materna es un buen ejemplo.

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