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Canto a la naturaleza

La fuerza del mar, las nubes o la lluvia esconden una gran belleza que debemos saber agradecer

¿Se han parado alguna vez a pensar en el inmenso poder de la Naturaleza? ¿Y en su hermosura? Prados, árboles, plantas, flores... ¿Y en su forma tan fácil de funcionar? Libre de esfuerzos y con despreocupación tranquila. Personalmente, son muchas las veces en que me quedo extasiada ante ella y le agradezco que, gratuitamente, me regale la contemplación de tanta belleza.

La inmensidad y la fuerza del mar, el poder de las olas, las lavas forjadoras, el misterio de las auroras boreales, el estallido de los volcanes, las nubes, la lluvia, la nieve... Y lo cierto es que funciona así porque es su naturaleza intrínseca. De hecho, las flores no se esfuerzan por abrirse, simplemente se abren. La hierba no lucha por crecer, simplemente lo hace. Los árboles, otro tanto de lo mismo. La Tierra gira a velocidad vertiginosa sin esfuerzo. El sol brilla. Las estrellas relucen. Por eso, en muchas ocasiones, durante este verano, me detengo y miro al cielo cubierto de nubes.

Y, sin poder evitarlo, me embarga una gran emoción. Y siento la necesidad de imaginar su trayectoria. Porque las nubes tienen una génesis; si quieres averiguar de dónde proceden tienes que ir al océano; después a los rayos del sol y la evaporación del agua y, de nuevo, la formación de nubes... Y así, sucesivamente, se forman, se reúnen, empiezan a descargar agua a la tierra, se convierten en ríos, llegan al mar, comienzan a evaporarse, se elevan otra vez con los rayos del sol, se convierten en nubes, vuelven a caer a la tierra... Y así, sucesivamente, el proceso continúa una y otra vez, dando vueltas y más vueltas...

Y yo, irremediablemente, me siento feliz, inmensamente feliz, sintiendo cómo una brisa persistente refresca mi rostro y agita con gentileza los árboles y las plantas. Y cae la lluvia, y de nuevo estoy aquí, tranquila, serena, experimentando multitud sensaciones, que por ser tan sutiles no las puedo explicar, pero están ahí, alegrando mi corazón y dando de nuevo las gracias por permitirme observar y sentir esta fascinante maravilla que es de todos, que forma parte de cada uno de nosotros. O nosotros de ella. Y además es perfecta, hermosísima, armoniosa, relajante.

Entretanto, nosotros aquí estresados, agitados, crispados, confusos, sin saber qué hacer, buscando no sabemos qué. Y a mí sólo se me ocurre una cosa: gracias, muchas gracias por tu maravilloso regalo.

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