Rafael Nadal disputó la mejor final de la historia de Wimbledon ante Federer y, una década después, la mejor semifinal de la historia ante Djokovic. En ambos casos, con duraciones y proporciones wagnerianas. Por lo visto, el único ingrediente indispensable para que un encuentro de tenis ingrese en los anales consiste en invocar al mallorquín. Hasta los seres más irrecuperables mejoramos ante enemigos de talla, pero el ganador de Roland Garros a perpetuidad ejerce de diamante muy a propósito para determinar la dureza de sus sucesivos rivales. En cuanto al partido en cuestión, no sirve de consuelo refugiarse en que una mínima mejoría llevará al triunfo a Nadal en futuros choques, porque jugó el mejor tenis imaginable.

Durante el tie break decisivo del tercer set, una espectadora situada sobre los palcos de las familias de los jugadores bostezó aparatosamente. Cómo pudo lograrlo. Es un alarde de sangre fría, solo superable por alguien capaz de peinarse ante el pelotón de fusilamiento, esta señora debe ser contratada en los másters de gestión de crisis y de reacción a situaciones límite. En cambio, los vulgares humanos permanecíamos boquiabiertos al comprobar que Djokovic no es mejor que Nadal, pero ha impedido que Nadal sea mejor que Federer. El mallorquín resucitó al serbio, que se impuso precisamente porque supo reconducir flemático la fiereza de su rival.

Hay quien sentencia que no puede disfrutar de Nadal porque no comparte sus ideas. Pues bien, disfruto tanto con Nadal que no me importan sus ideas. Mientras esté en la pista, claro. Si conociéramos a fondo a nuestros ídolos, no tendríamos ninguno. El enfrentamiento entre el mallorquín y el serbio sobre la hierba de Wimbledon era un pálido reflejo del duelo que libraban en el palco la futura reina Kate Middleton y la Meghan Markle que aspira a reinar en lugar de la reina, aunque se vistiera de juez de línea para la ocasión. La pelea en ciernes entre las cuñadas de la realeza británica dejará pequeño al rencor desatado entre Cristina de Borbón y Letizia sin Borbón.