En abril estuve en Rabat invitada por la asociación Le féminin pluriel. Esta asociación de mujeres implicadas con la condición de la mujer organiza anualmente un encuentro que estuvo dedicado este año -coincidiendo con la entrada de Marruecos en la Unión Africana-, a los escritos de las mujeres africanas. Lo más enriquecedor fue la oportunidad que tuve de compartir algunos días con profesoras de universidad, periodistas, ingenieras y otras profesionales, intercambiando reflexiones, inquietudes, con militantes por la causa de las mujeres, que llevan casi veinte años organizando encuentros con el apoyo de instituciones como la Embajada española en Rabat, o el Institut Français. Eran en su mayoría mujeres de mi generación sin velo -bromeábamos incluso con nuestros parecidos de mujeres mediterráneas-, sin embargo, en la Biblioteca de Rabat, lugar de celebración del encuentro, chicas jóvenes con velo y perfectamente maquilladas llenaban la cafetería buscando el ansiado wifi. La brecha generacional se da en un país con un gobierno de coalición entre un partido de derechas y un partido islamista. Me corroboran que, efectivamente, las generaciones más jóvenes apuestan por el velo. No son conscientes de las libertades que nosotras, sus mayores, hemos alcanzado, me dice una de ellas, ingeniera de profesión. Asiento discretamente con la cabeza y me percato que el choque generacional se da en la calle, entre unas mujeres que luchan por mantener las libertades conseguidas, y otras, más jóvenes, que se han dejado llevar por el discurso islamista imperante. Y es que Marruecos vive una esquizofrenia ambiente, en términos de la escritora de origen marroquí, Leila Slimani, debido a la lucha que se da entre el deseo de liberarse de la tiranía del grupo y el miedo a que esa libertad no entrañe el desplome de las estructuras tradicionales sobre las que se construye su mundo. Una sociedad en la que las personas más vulnerables, las mujeres, los homosexuales, son víctimas de una sociedad patriarcal sustentada en lo religioso y en la vigilancia social.

El velo aparece y desaparece y vuelve a ser motivo de polémica estos días. Una joven iraní de 18 años, Maedeh Hayabría ha sido detenida después de compartir en su cuenta de instagram un vídeo en el que aparece sin el velo islámico y bailando. El hecho ha desencadenado que otras chicas iraníes, y de otras partes del mundo, imitaran a Maedeh y subieran a las redes sociales vídeos bailando bajo la etiqueta #DancingIsNotacrime, como muestra de solidaridad con la chica. No es la primera vez, ni es el primer gesto de las iraníes que no cesan en su empeño de desafiar las leyes islámicas. Como afirma Chalha Chafiq, socióloga iraní exiliada en París, el velo no es una cuestión vestimentaria sino social y política. La propaganda del velo tiene como primer y más potente efecto que la mujer musulmana es sinónimo de mujer con velo.

El velo no es obligatorio y no todas las mujeres en Marruecos, Túnez, Argelia y otros países árabes llevan velo, ni son partidarias de llevarlo. La semana pasada asistí a la presentación de El Faro de Nador, un proyecto de la Fundación Mujeres por África que convertirá a esta ciudad en un espacio dedicado a la formación y al conocimiento de y sobre las mujeres. La Fundación Mujeres por África, presidida por María Teresa Fernández de la Vega, mantiene un programa de becas firmado con la CRUE que permite a estudiantes del continente africano formarse en las universidades españolas. En la presentación del programa intervinieron dos becarias, Hadar Hadou de Marruecos y Femi Mama de Benin. Ninguna de las dos llevaba velo.

En un reciente artículo en El Periódico, Najat El Hachmi, escritora catalana de origen marroquí, se muestra contraria al pañuelo en la escuela. «Ninguna niña en infantil y primaria debería ir con pañuelo a la escuela». Es difícil que una niña a quien se le ha puesto el pañuelo a los tres años acabe decidiendo libremente si ponérselo o no. Es difícil de entender que, en una democracia aconfesional en la que cada día luchamos por los derechos sexuales de las mujeres y criticamos los colegios que segregan por sexos, aceptemos sin una sombra de duda que una niña menor de edad acuda con pañuelo a una escuela pública y con ello quede «marcada» sexual y culturalmente. Porque lo queramos o no, el pañuelo simboliza un sistema de normas discriminatorias en la que el trozo de tela es sólo la punta del iceberg. El debate velo sí, velo no se ha convertido en un debate político en el que el cuerpo de las mujeres, su vestimenta, es el botín de guerra de unos y otros. Respeto la libertad de toda mujer adulta a llevarlo o no, y soy contraria a la prohibición, pero opino que existen líneas rojas que no deberíamos traspasar: el velo no es apto para menores y no podemos aceptar su imposición, ni aquí ni allí. Maedeh, Hadar, Najat, ? y muchas otras son mujeres que pertenecen y viven en países de cultura y tradición musulmana y no llevan velo. Respetemos esa diversidad y respetemos su derecho a no quedar asimiladas a la norma imperante. Es lo mínimo que podemos hacer las feministas porque, como dice Beatriz Gimeno, a veces «el respeto a la diversidad cultural nos impide protestar ante cuestiones que tienen muy poco de respeto y mucho de fundamentalismo». No se trata de una injerencia de las feministas blancas sino de ellas mismas que se quieren libres y sin velo. ¿No creéis que la verdadera sororidad es la que escucha y respeta incluso en la discrepancia?