En Orihuela cuando se hace referencia a «El Pájaro» o al «Día del Pájaro» todos lo identificamos con la Fiesta de la Reconquista que, desde 1400, se viene conmemorando en honor a las Santas Justa y Rufina casi ininterrumpidamente, salvo en momentos en que se vivían enfrentamientos bélicos o epidemias.

No sé lo que pensarían aquellos jóvenes del Arrabal de San Juan y del Arrabal de San Agustín, los primeros vestidos de moros y armados con flechas, y los segundos a usanza cristiana portando escopetas, que en 1579 escenificaron en las eras de San Sebastián una batalla, al poder comprobar después de cuatrocientos treinta y ocho años que aquellas artesanales fiestas alcanzarían el esplendor que hoy tienen al haber logrado la declaración de Interés Turístico Nacional. Para ello, hay que reconocerlo, que el esfuerzo en su mayor parte ha sido debido al pueblo oriolano, en cuyo seno renacieron y supo hacerlas suyas.

Pero, en toda la historia de la Fiesta de la Reconquista, antes de la incorporación de los Moros y Cristianos a la misma, todo quedaba reducido al traslado de las imágenes de las Patronas a la catedral, a la procesión el día 17 de julio, a la exposición de la Gloriosa Enseña de «El Oriol» y a la Misa de la Reconquista con el Sermón de «El Pájaro». Eso sí, acompañada de pólvora y música.

Un claro ejemplo de esto lo encontramos en lo que aconteció hace cien años, en 1918, cuando todavía la parca disfrazada de «grippe» no había hecho acto de presencia en la ciudad, la huerta y el campo. Hacía pocos meses que Antonio Balaguer Ruiz ocupaba el sillón de alcalde, presidiendo una Corporación Municipal formada por liberales e integristas, mauristas, reformistas y jaimistas.

En ese año, de forma extraordinaria, se llevó a cabo la dedicación de dos calles a ilustres personajes. Una de ellas, la de la Feria fue rotulada como de José María Sarget. La otra, la del Colegio recibió el nombre de Adolfo Clavarana. Aunque la economía municipal no era muy boyante, se invirtió en el costo de las placas la cantidad de 179,48 pesetas. En dicha cantidad estaba incluida la placa con la que después se rotularía la calle del Ángel, a favor de Pío López Pozas tras su ascenso como general y cuya inauguración quedó pospuesta en la primera visita que el ilustre militar realizase a Orihuela.

Al margen de lo extraordinario, la presencia de morteretes no quedó en olvido, abonándose por ello a Blas Serna, 50 pesetas. La mayor parte de los gastos tuvieron relación con la procesión cívico-religiosa y la función en la iglesia parroquial de las Santas Justa y Rufina. De tal forma que el párroco José Torrella percibió 15 pesetas por los derechos de la misa cantada; José Maciá, cobró 30 pesetas por arreglar la iglesia, alborada e iluminaciones; Eduardo Soria percibió 26 pesetas por celebrar la misa y la revestida en la procesión; el beneficiado de la catedral, Vicente Fernández Gay cobró 25,50 pesetas por predicar el Sermón de «El Pájaro», en el que, como era tradicional, debió de tener presente a la gesta de la Armengola y a la intervención milagrosa de las mártires sevillanas, Justa y Rufina.

El total de gastos que ascendió a la cantidad de 198 pesetas, incluía el pago al citado José Maciá de 23,50 pesetas por la cera gastada en la procesión y en la función celebrada en la iglesia. Así como, Ramón Rogel cobró 28 pesetas por el refresco que el Excmo. Ayuntamiento ofreció al Cabildo Catedral, en justa reciprocidad por el que esta institución obsequiaba a la Corporación Municipal el día del Corpus Christi.

A pesar del «sofocante calor», la Plaza de la Constitución estuvo muy concurrida, y se admiró como Ramón Montero Mesples a pesar de sus años portó la Gloriosa Enseña hasta la catedral. En la procesión hasta la parroquia de las Santas Justa y Rufina, hizo lo propio, José Martínez Arenas, siendo Antonio Pescetto Román y José Martínez Arenas los encargados de llevarla hasta la Casa Consistorial.

Así, casi sin pena ni gloria, pasó la Fiesta de la Reconquista de 1918, diciendo «El Conquistador» que, a pesar de que se esperaban novedades para este año, se mantuvo la rutina y sólo destacó por la noche en la Glorieta la celebración de «una berbenica de cuatro cuartos». Al concluir el «Día del Pájaro» solo se quedaba a la espera de que los más pudientes se desplazasen a tomar los baños de mar y los menos, aguardando a la Feria de Agosto.