Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

La cúpula directiva del Partido Popular no ve necesario confrontar la base ideológica de los dos candidatos a presidir esta formación. Dicen que no hay nada que debatir y, ni mucho menos, razón alguna para poner en tela de juicio el cumplimiento de su ideario. Quien tenga dudas, remítase a los estatutos de un partido que se presenta como centro reformista, dice inspirarse en el humanismo cristiano y proclama estar comprometido con los principios del liberalismo político. Si aun así las mantiene, mejor no insista en preguntar porque ni la propia candidata oficialista, Soraya Sáenz de Santamaría, es capaz de definir cuál es la ideología de quienes hoy dirigen al PP. Así les va.

Bajo la presidencia de Rajoy, los populares se han caracterizado por ser tan impredecibles como el Guadiana. Decidiendo en virtud de las tendencias demoscópicas, evidencian una constante ambivalencia ideológica impropia de un partido de gobierno. Porque, se coincida o no con el posicionamiento político, una formación que aspire a dirigir el rumbo de un país está obligada a ofrecer una orientación claramente definida, cuando menos en sus ejes más programáticos. Y, a la vista está, los populares ni siquiera se han preocupado en darle cierta estabilidad ideológica a su visión tecnocrática de la política. Unos días conservadores y, otros, jugando a socialdemócratas. Como resultado, la pérdida de un 30% del electorado en apenas cinco años.

En su defensa habrá quienes les sitúen en el espacio del centro moderado -hoy aquí, mañana allá- o, en el mejor de los casos, en el biconceptualismo que defiende George Lakoff. Sin embargo, ambas opciones precisan de la existencia de algunos principios inamovibles en el ideario político de un partido. Dudo que sea así porque, si algo han demostrado desde el PP, es que no hay posición ideológica que no pueda ser modificada. Hasta con la integridad de España se permitieron jugar aunque, eso sí, más por ineptitud que por interés consciente. En cualquier caso, entre los populares ya no hay conservadores parciales ni progresistas parciales, sino veletas sin horizonte definido. Los hubo, por supuesto, como así cabe esperar cuando hay interés real por integrar distintas tendencias. Pero eso ya es pasado en el Partido Popular. En el momento actual, no hay más criterio que el de mantener el poder. El que les quede, por supuesto.

Dos décadas después de que acuñaran el término «centro reformista», siguen sin mostrar interés alguno por definir un interesante concepto reducido a simple aderezo estatutario. El teórico liberalismo que debiera caracterizarles ha quedado en agua de borrajas, con una política económica más propia de la socialdemocracia -eso sí, solo a la hora de recaudar- que de los herederos de Adam Smith. Del humanismo cristiano, ese que tanto han repudiado algunos de sus dirigentes, basta comparar la política social de Rajoy y compañía con los principios que defendía Jacques Maritain, para advertir que nada tienen que ver entre si. En suma, un partido ideológicamente desarmado, como suele recordar José María Aznar, del que también es habitual que renieguen los actuales dirigentes populares.

Las críticas han llovido desde dentro y, en especial, procedentes de los dos «think tanks» que le fueron más próximos en su día: FAES y Floridablanca. Pero, ni con esas, creen los populares que sea necesario debatir. Les basta con alardear de una democracia interna que, en la práctica, se ha constatado tan débil como irrisoria ha sido la participación en sus primarias. Apenas ocho de cada cien afiliados se inscribieron para votar, evidenciando el desinterés por una lucha de poder que solo importa a quienes se juegan el cargo. Más ridículo parece que solo un 2% de los afiliados al Partido Popular apoyaran a una Sáenz de Santamaría que, aun con tan escasa aceptación, se permite comparar su pírrica victoria con la cosechada por José María Aznar frente a Felipe González, en las elecciones generales de 1996. Patético.

No están los populares para debatir sobre ideologías porque, visto lo visto, hace años que no saben por dónde van los tiros. Tal es la pérdida de referencia ideológica, que hacen recordar al bueno de Groucho Marx: «estos son mis principios; si no les gustan, tengo otros». Cierto es que Pablo Casado no genera duda alguna en este sentido, siendo bien conocidos sus planteamientos de corte liberal. Sin embargo, la definición ideológica de la ex vicepresidenta era una incógnita hasta hace unos días. Sáenz de Santamaría se ha visto obligada a definirse para dar tibia respuesta al debate propuesto por su oponente. Y lo ha hecho en los siguientes términos: «No soy socialdemócrata. Soy liberal, combinando con algunos principios de la tradición democristiana, que hay que incorporar a nuestro ideario».

Es curioso que, quien aspira a presidir el PP, se vea obligada a negar que su ideología esté más próxima a su rival -PSOE- que al partido que pretende liderar. Más llamativo es aún su proposición de incorporar, al ideario de los populares, algunos de esos principios demócrata cristianos que dice compartir. Habrá que suponer que, si plantea incorporar algo, es porque entiende que no existe previamente. Dicho de otro modo, la mano derecha de Rajoy pone en duda que el Partido Popular sea un partido demócrata cristiano. Algo que parece haber descubierto en su particular ejercicio de introspección ideológica. A la vista su acostumbrada variabilidad ideológica, no es de extrañar que sus acólitos se opongan a que Casado le saque los colores. A ella y a su tropa porque, al fin y a la postre, tan desideologizada está la candidata como quienes le siguen el juego para conservar sus cargos.

Si no hay sorpresa de última hora, los populares acabarán por cambiar nuevamente sus estatutos. Ya no precisarán debates ideológicos, ni definir qué diablos es eso del centro reformista. Por fin se liberarán de la pesada herencia del humanismo cristiano y del liberalismo. Serán, simplemente, «grouchistas» ¿O ya lo son?

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats