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Fernando Ramón

¿Sólo arma perniciosa?

ragedias anónimas como la del joven turista italiano que se precipitaba desde el Castillo de Santa Bárbara cuando presumiblemente estaba autorretratándose con su móvil, o siniestros en el asfalto que se multiplican por doquier por el uso del celular, en cualquiera de sus posibilidades, cuando se está a los mandos de un volante, están convirtiendo el aparato tecnológico más usado en el planeta en una auténtica arma mortífera para sus usuarios. Son las visibles consecuencias recientes de la utilización desaforada de una potente herramienta que ha transformado nuestra existencia. Hay ya varias generaciones que no se imaginan cómo era la vida sin los smartphones e incluso muchos miles de sus propietarios sufren nomofobia, o lo que es lo mismo, un miedo insuperable de salir de casa sin llevar encima ese apéndice, ese cordón umbilical con el mundo actual. Por no hablar de cómo se han transformado las relaciones sociales con anécdotas ya muy manidas de las conversaciones entre los miembros de una misma vivienda a través de la mensajería instantánea o mantener una interrelación con un lenguaje peculiar en el que se cruzan la simplicidad de los emoticonos, las abreviaturas hasta extremos insospechados de los vocablos o la falta de sincronización entre preguntas y respuestas. O por cómo se destruyen las relaciones personales por los mensajes expresados a través de las redes sociales gracias a este artilugio. No es, pese a todo, como sabemos y reconocemos, un arma totalmente perniciosa por cuanto que tiene enormes ventajas que hay que saber aprovechar y que ha contribuido a un desarrollo que jamás habríamos imaginado y además tiene todavía unas potencialidades por desarrollar que a corto plazo ya podremos utilizar. Eso sí, hay que saber utilizarlo de manera adecuada.

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