«Si no quieres caldo, dos tazas llenas», esta es la receta que Donald Trump ha dispensado a sus aliados europeos. «No destináis a Defensa ni el 2%, pues ahora hay que llegar al 4%», parece que nos ha ordenado. Es la receta que le permite seguir estando en el centro de la escena y convertir los lugares por donde pasa en un set de televisión.

Haciendo gala de su diplomacia, Jorge Dezcallar ha publicado un aquilatado artículo (INFORMACIÓN, 11-VII-2018) con el título de Trump también tiene razón. Consiguió encontrar un asomo de racionalidad y dorarlo con un «aunque no nos guste oírlo» y «o sea impopular». Desgranaba «el mundo al revés, que es el que supongo le gusta al inquilino de la Casa Blanca». Dezcallar fue jefe de los espías españoles del CESID, pero como buen diplomático nos recuerda que fue Obama quien en 2014, en plena crisis, arrancó el compromiso de los aliados de llegar al 2%. Trump ya ha advertido que no apoyará a los aliados que no hayan pagado su 2%. Dezcallar reconoce el argumentario norteamericano: estamos mal acostumbrados a que Estados Unidos nos saque las castañas del fuego, mientras mantenemos el mejor de los Estados del bienestar. Después de encontrar algo de razón en las reclamaciones de Trump le da la vuelta al planteamiento, que me permito subrayar y abundar, con menos tacto diplomático.

Primero, los europeos estamos empezando a gastar en la Política Común de Seguridad y Defensa (PESCO) que nos permite tener una defensa, autónoma de la OTAN. Y, a la vez, permite desarrollar las propias industrias europeas de defensa, invertir en I + D propio, favorecer la compra de productos europeos. Eso sí, siempre diremos que de forma complementaria con la OTAN. Estos miles de millones Trump no los cuenta, porque no entran en el presupuesto de la OTAN ni se utilizan para comprar armamento norteamericano.

En segundo lugar, como ha expuesto el presidente Pedro Sánchez, con toda razón, hay otras formas de contribuir a la defensa de Europa y Estados Unidos. Aunque seguramente Trump no las comparta y no se contabilizan en el 2%, como son la participación en misiones militares a iniciativa de la ONU, otras por intereses puramente europeos, incluso de la propia OTAN. En estas estaría Letonia donde tenemos acorazados y defensas antiaéreas pagadas del presupuesto español y en una misión de la OTAN. En Líbano estamos como fuerzas interpuestas de la ONU. En el Océano Índico con una flota europea para parar la piratería y garantizar la pesca. En Mali, Chad, en el Sahel en general, para frenar al ISIS y a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), y potenciar el desarrollo de África occidental. Es la forma de frenar en origen la salida de inmigrantes y a la vez tratando de estabilizar Libia. Incluso en Túnez, instruyendo a militares como ha propuesto Sánchez en la reunión de la OTAN. Por cierto, en casi todas estas misiones hay especialistas del Grupo de Operaciones Especiales de Rabasa.

Por último, los españoles también ponemos a disposición de la OTAN bases tan importantes como Rota y Morón que, por ejemplo, fueron imprescindibles para el último ataque que realizó Estados Unidos en Siria. Pero estas bases de la OTAN tampoco se contabilizan como aportación al presupuesto común.

Como diríamos en jerga diplomática, «Trump también tiene razón» en la dependencia que Europa oriental tiene del gas soviético -también Rusia tiene la necesidad de vender ese gas a Europa, no lo olvidemos- pero, además, hay un segundo gaseoducto por Turquía; y otro que, a través de España, procede de Argel, por eso Alemania ha tenido prisa en potenciar la energía fotovoltaica para reducir esa dependencia. Sin embargo, ni Alemania ni Merkel tienen una dependencia que haya exigido abrir una investigación judicial sobre sus relaciones con la Rusia de Putin, ni es creíble que Putin le haya ayudado a ganar elecciones a Merkel. Quizá por eso, los europeos se mueven aparentemente en la indiferencia para no contribuir al show televisivo.

Europa lleva tiempo tratando de superar el mundo bipolar de telones de acero de postguerra. Ese planteamiento hace a Europa rehén de Rusia y dependiente de Estados Unidos, y al viejo continente teatro de operaciones de ambas potencias. Es lo que un historiador llamó El rapto de Europa, que algunos parecen querer reeditar. «Guárdeme Dios de mis amigos -aliados- que de mis enemigos me guardo yo».