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Ronaldo nunca fue del Madrid

Hace exactamente un año me encontré a solas con Cristiano Ronaldo y su pareja Georgina Rodríguez, en estado de feliz gravidez. La conversación se desarrolló a la perfección mientras felicité al delantero, en mi papel de forofo madridista. Como todas las celebridades, el delantero portugués siempre piensa que ha recibido un piropo de menos. Aprovechando el clima bonancible, le sugerí que «no te vayas del Real Madrid». En cuanto escuchó el nombre del club citado, al ariete se le desencajó el semblante. Pasábamos a ser enemigos. Se desentendía por completo del madridismo. Si llego a mentarle a un tal Florentino, me arriesgaba a que el desencuentro se tradujera en una agresión física. La escena anterior transcurrió meses antes de que Ronaldo ganara la Champions al grito de «por fin me libro del Madrid». Proclamo por tanto que Cristiano nunca fue madridista, desde el punto de vista religioso perceptible en Casillas y Raúl. O en Roberto Carlos y Zidane, por citar a fichajes del mundo exterior. El portugués siempre fue un mercenario bajo contrato, un asalariado que solo trabajaba para sí mismo desde la limitación inevitable de vestir una camiseta concreta. La única novedad de su salida es que ignorábamos que la Juve fuera un club chino para jubilar a dinosaurios. Tampoco sabemos de dónde saldrán los 44 goles obtenidos por Ronaldo, o más de medio centenar si añadimos las asistencias. Claro que, con tres Liga de Campeones consecutivas y cuatro en cinco años, el Madrid se ha ganado el derecho a la soberbia de pensar que cualquier tuercebotas marcará cincuenta veces sin más que enfundarse la camiseta sagrada. Por no hablar de una hipotética migración desde el individualismo hacia la próspera colectividad, reviviendo los tiempos en que Davor Suker, Pedja Mijatovic y Raúl se repartían 25 goles per cápita. El vaivén de gladiadores no debe despistarnos de la continuidad inalterable en el banquillo blanco, ocupado desde hace dos décadas por Florentino Pérez aunque ahora se haya comprado otro monigote. Y quién se atreve a criticarle, con ese currículum galáctico.

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