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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

Hacer tilín y hacer tolón

Se ve a Yudit Romero llegando de punta en blanco a una casa en construcción y moverse así, así sobre los tacones entre el albero de la parcela. Del interior de la estancia situada en lo que se diría que es el fin del mundo surge sudoroso un albañil y la maja estudiante paraguaya de impoluto conjunto se atusa la melena, coge una carpeta y, ante el indiscreto ojo de feisbuk, se la ofrece al hombre diciéndole: «Padre, te entrego mi trabajo de investigación y te doy las gracias porque este esfuerzo, este logro, es de usted también; de la familia, de mamá, de vos, porque, gracias al trabajo de usted, pudimos estudiar y terminar. Hoy te agradezco, papá, y te entrego este regalo». Estando comprobado científicamente que de padre nunca se dimite es fácil imaginar cómo echaría la peoná un currante nato, sin olvidar que, para muchos que no pudieron estudiar, la formación y la cultura contienen más valor que el dinero, convencidos en medio de sus limitaciones de que es la mejor inversión de ley que existe con diferencia. En la galaxia por la que ahora nos movemos, este testimonio se ha entremezclado con el de Clara Souto, profe sin plaza fija en la Rey Juan Carlos, con un par de criaturas que anduvieron delicadas de salud y arrastrando el reciente fallecimiento del padre. Su supuesta firma consta en el acta del trabajo de fin de máster de Cifuentes, pero ella niega la autenticidad: «El 2 de julio de 2012 estaba en Galicia al cargo de tres sobrinos, por lo que no pude rubricar ese documento». Según declaró ante la juez, la situación a la que se enfrenta la ha desequilibrado: «Estoy tomando pastillas porque no soy capaz de superarlo. Sigo de baja. He venido porque necesito que se aclare esto. Sí, callé, me parecía que era ir contra el mundo y que todo se me venía encima. Veía que peligraban mi vida, mi carrera, mis hijos. No comprendo que te puedan hacer algo así». A diferencia del bracero, a la expresi y demás plebe que tantas satisfacciones ofrendan el afán los lleva a falsear incluso los dichos. Y claro, de ahí que para ellos el saber no ocupe lugar.

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