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Francisco García

El impuesto de la banca

Puede que Pedro Sánchez sea, como aventuran sus críticos, la versión 2.0 de Zapatero y que, en versión local, aplique al problema catalán la solución buenista de la alianza de las civilizaciones, de manera que Cataluña no sea de nadie sino del viento; pero lo que no se le puede negar al presidente del Gobierno, Lázaro resucitado dos veces, es el don de la oportunidad: obtuvo pingüe beneficio y provecho de la confluencia astral de una sentencia contra la corrupción en el PP con las ganas irrenunciables de los nacionalistas de remitir por correo certificado a Rajoy a Santa Pola.

En una jugada digna del mejor prestidigitador, Sánchez se sacó de la manga un Gobierno de aplauso mediático, con paseo astronauta incluido, de tal manera que empezó a flotar inmune sobre la gravedad hasta que al PP le dio por embarcarse en unas primarias de mentirijilla y le robó la iniciativa de los titulares.

El jefe del Ejecutivo respondió con una subida de impuestos que incluía aumentar la tributación sobre la banca con un recargo del ocho por ciento en el impuesto sobre sociedades de las entidades de crédito, una medida que cuenta con el aplauso popular, puesto que el rescate de los bancos se hizo con el dinero de todos los españoles, a fondo perdido. Y ya se sabe cuánto el populacho agradece que se robe a un ladrón. Que pague hoy quien causó tanto quebranto a tanta gente ayer es medida justa, pero quien maneja con destreza el negocio de la usura no va a aguardar de brazos cruzados un recorte de sus beneficios.

Los bancos subirán las comisiones y cerrarán el grifo del crédito y los paganos de ese tributo seremos de nuevo los contribuyentes. De alguna forma o de todas, la subida de impuestos que abanica el Gobierno para engordar la recaudación la pagaremos ustedes y nosotros. Así que maldita la gracia que hace la última ocurrencia de este Gobierno para estar en candelero o en candelabro.

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