He visitado, como turista algo fatigoso y renqueante, una ciudad increíble. Durante siglos fue una ciudad independiente dentro del Sacro Imperio Romano Germánico, pero el Rey Sol, Luis XIV, la incorporó a Francia y después de dos siglos, durante la guerra franco prusiana de 1870, fue anexionada la ciudad y su comarca a Prusia, con la derrota de Alemania en la Gran Guerra, la ciudad en 1918 fue incorporada nuevamente a Francia, poco duró, pues las tropas alemanas nazis en 1940 la invadieron y la sometieron a un horror de depuración de todo nacionalista o afrancesado, liberada por las tropas norteamericanas en 1944 fue nuevamente territorio de Francia.

Actualmente lo que predomina es el francés, aunque conservando mucho lo germánico, pero se nota que hubo cierta aversión a lo alemán por las dos invasiones que sufrieron sus habitantes, algunos hablan un idioma, mezcla de francés y alemán, que no se entiende en ninguno de esos idiomas. Como símbolo de la convivencia europea se decidió, junto con Bruselas, hacer la capital de la Unión Europea, donde residen en magníficos edificios el Consejo, la Asamblea y el Tribunal de Derechos Humanos. El centro de la ciudad, como una isla rodeada de canales y ríos y conectada por numerosos puentes, está conservada con sus casas típicas de maderas entramadas, llenas de flores y calles semi peatonales, eso sí, hay una desagradable invasión de cientos de bicicletas con permiso para atropellar y molestar a todo viandante.

Al ir a cruzar una calle, de repente, al frente: la fachada principal de la catedral; esplendor en arenisca labrada roja, ninguna impresiona tanto como ésta en su monumentalidad y piedra en filigrana, se eleva al cielo el campanario y torres desafiantes, milagro de la fe en lo divino, sustentado en la imaginación y trabajo de lo humano, llama desafiante frente a lo mediocre terrenal. En el interior sus numerosas vidrieras filtran la luz y se ilumina el suelo y los visitantes de diversos colores, y mirando atrás el mayor rosetón jamás construido.

Curioseando por sus hermosas calles, topo con una gran iglesia, única en el mundo, porque tiene una mitad con muchas imágenes de la virgen, y la otra mitad, una nave mucho más austera, sin imágenes de la virgen, una es para el culto católico, la otra para el protestante, cuando coinciden ambos cultos una enorme cortina los separa, para no confundir a Dios con sus distintos rezos.

En una espaciosa y hermosa plaza rodeada de edificios notables llamada de Gutenberg que aunque no nació allí, instaló una famosa imprenta en esta ciudad, a los turistas lo que más les llama la atención y sacan fotos es un carrusel en medio de la plaza (me acuerdo del pequeño carrusel del Puerto que quiere hacer desaparecer el gusto gris de la burguesía alicantina), tomo un ligero aperitivo con vino de la tierra. Después de recorrer la hermosa ciudad y algún museo, como en un restaurante a la orilla del río. Caracoles gigantes, foie de oca a las finas hierbas, espárragos con revuelto de setas y vino blanco de Alsacia, me pregunto si las cosas más simples propias de cada región y lugar no son precisamente las más insuperables creadas. Buscando una cafetería, encontré afortunadamente una céntrica con unos cómodos butacones y después de ser servido con un café avec glaçon, cometí la herejía de dormir una siesta española en la capital de Europa: Estrasburgo.