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Las brechas abiertas de la Unión Europea

La UE, atenazada por el desafío de la inmigración, posterga el debate para terminar de reforzar el área y el euro antes de la próxima crisis económica

La cumbre europea de hace una semana, que se había anunciado como la de la “refundación” de la Unión Europea y el impulso definitivo a la corrección de las vulnerabilidades del euro, quedó reducida a un acuerdo de mínimos sobre la inmigración y el asilo de refugiados, y postergó el resto de los debates esenciales sobre los fundamentos de la Unión y la incompleta arquitectura institucional del área monetaria. El pacto “in extremis”, y de madrugada, mediante un texto tasado y calculado para hacerlo digerible por los 28 países miembro, permitió eludir una vez más la amenaza de una fractura entre bloques -y en este caso también la ruptura del Gobierno alemán- y posibilitó la escenificación de una aparente armonía que, aunque no resuelve las controversias de fondo, prolonga la vida del proyecto europeo cuando afronta no pocos desafíos internos y externos. Aplazamientos. Quedan pospuestos para diciembre, en puertas de las elecciones europeas de mayo, las grandes cuestiones pendientes sobre el fortalecimiento del euro y la corrección de sus insuficiencias.

La fragilidad que se evidenció durante la crisis soberana europea de 2010-2012, y que colocó al euro al borde del abismo, ha sido paliada sólo parcialmente, y los avances y progresos realizados en dotar a la moneda de las instituciones y los blindajes que la protejan de futuros envites no han sido aún completadas y, a causa de los antagonismos que dimanan de la divergencia de intereses y de convicciones que conviven en la zona, ni tan siquiera existe un grado de coincidencia suficiente para decidir los pasos siguientes a dar. Como apuntó hace poco la agencia de evaluación de riesgos crediticios Moody’s, persiste una profunda división en la Unión Europea, no hay un suficiente consenso sobre la integración y, lo que es más grave, se constata la “ausencia de una visión compartida entre los miembros de la UE”, por lo que el futuro del club europeo y de la moneda que comparten 19 de los 28 países puede verse muy comprometido en caso de que se produzca otra gran crisis internacional como la de 2008-2013. Este riesgo es aún mayor dado que los estados acumulan hoy mucha más deuda que en 2008, lo que resta capacidad de maniobra a la política fiscal para atajar una posible recesión, y el Banco Central Europeo (BCE) ha agotado su margen de bajada de tipos de interés y ha consumido buena parte de su capacidad razonable de compra y atesoramiento de bonos públicos y privados, lo que también limitaría el recurso a los estímulos monetarios que salvaron al euro hace seis años.

Avances tímidos

Ni tan siquiera tras la declaración de Meseberg del 19 de junio del presidente francés, Emmanuel Macron, y la canciller alemana, Angela Merkel; las reuniones del Ecofín y del Eurogrupo del 21 y 22, y la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno del 28 y 29 se han despejado todas las incógnitas. Hay un entendimiento amplio para que el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) actúe como respaldo del Fondo Único de Resolución (FUR) en caso de que otra crisis bancaria desborde su capacidad financiera (podría pasar así de 55.000 a 110.00 millones de euros), existe asentimiento en que el MEDE (uno de los órganos creados en 2012 para hacer frente a la última crisis) acabe convirtiéndose en un futuro Fondo Monetario Europeo y el resto son enunciados sin compromiso tangible. Merkel llegó a aceptar hace un mes, aunque de forma imprecisa, la idea de Macron de dotar a la eurozona de un presupuesto específico para impulsar reequilibrios internos, favorecer la convergencia y aplicar políticas que moderen el ciclo económico (el de la UE, ahora en negociación para 2021-2017, el primero sin Reino Unido, permanece anclado en el ínfimo 1% del PIB) pero la propuesta tiene muchos opositores, casi tantos como el gran rechazo que suscita el fondo europeo de garantía de depósitos (la tercera pata necesaria de la unión bancaria, tras las ya materializadas de la supervisión y resolución únicas) y el seguro europeo de desempleo. Tampoco parece que se avance en dotar a la Eurozona de un poderoso ministro Economía y Finanzas. La Europa del norte sigue desconfiando de sus socios del sur y reclaman demostración fehaciente de virtuosismo, depuración previa de activos dañados, reforma estructurales y austeridad como condiciones previas para mutualizar riesgos. Por lo mismo, ya no se habla de la emisión de eurobonos (títulos de deuda que conllevarían el respaldo en algún grado de los débitos de cada país por el resto de socios) y está por ver si la última propuesta de la Comisión Europea (un sucedáneo en el que no habría mutualización aunque podría ayudar a romper el círculo vicioso entre los riesgos bancario y soberano de cada nación) logra la anuencia necesaria.

Las disparidades en el seno del área superan a las divergencias dentro de cada país

Con la próxima marcha de Reino Unido (la primera escisión de un país que afrontará la UE desde su origen, y cuyos términos de separación aún no se conocen) y la convicción de que el euro debe ser completado para convertir la eurozona en un área monetaria óptima, capaz de afrontar crisis asimétricas (las que golpean a unos territorios y no a otros), el trabajo pendiente es arduo. La Unión Europea y la eurozona albergan en su seno divergencias muy superiores a las que conviven en países miembros como España. Mientras la disparidad en PIB por habitante entre regiones españolas es del 20%, en la UE es casi el doble (38%); en productividad las diferencias casi se triplican (32% frente a 12%) y en tasa de paro también son superiores (32% en la UE frente al 25% en España), según un estudio del Banco de España difundido en septiembre. Merkel dijo hace una semana que el euro “sólo puede ser efectivo y sostenible si hay convergencia”. En caso contrario, no será factible una política monetaria neutra para todos, en la que el tipo de cambio y los tipos de interés no sean demasiados altos para unas economías y muy bajos para otras porque gran parte de los desequilibrios generadores de crisis y que pueden amenazar la sostenibilidad del área procederán de aquí, como ya ocurrió en el pasado reciente.

Objetivos

Cohonestar realidades disímiles sólo es factible con una verdadera unión, que facilite los mecanismos de reequilibrio y transferencia, y éstos sólo existirán en el caso de que se compartan convicciones, un proyecto consensuado y una visión común. En caso contrario, la heterogeneidad se traduce en discrepancias y en posiciones de bloqueo. “Tiene poco sentido continuar en una unión monetaria con socios que no compartan los mismos objetivos y compromisos para la gestión del dinero”, escribió Mervyn King, exgobernador del Banco de Inglaterra. El presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, planteó el año pasado en su Libro Blanco cinco opciones para refundar la UE tras la marcha de Reino Unido: dar un paso atrás y reducir el proyecto al mercado único inicial; seguir como hasta ahora; abordar una unión a dos velocidades para que cada país se integre en el grado de compromiso que le resulta más confortable; hacer menos Europa pero mejor (de manera que se devolverían a los estados parte de las capacidades que ahora gestionan las instituciones europeas); y -la más ambiciosa- avanzar hacia una unión plena, fiscal y política, que dé lugar en el futuro a los EE UU de Europa.

Modelos

El debate entre un modelo intergubernamental (en el que gran parte de las decisiones las adoptan los dirigentes nacionales) y otro supranacional (el esquema comunitario o federal, en el que las instituciones europeas comunes asumen mayores esferas de decisión) ha coexistido con la UE.

Quienes se resisten a las cesiones de soberanía bajo el principio de “no queremos menos Europa sino menos Bruselas” alegan que una Europa más federal sería una Europa más alemana, pero los críticos con el avance de la solución intergubernamental sostienen que ha sido la preeminencia nacional sobre la transfronteriza la que precisamente otorgó a Berlín una hegemonía mayor en la conducción de los asuntos europeos en razón de la gran relevancia de su economía. La incapacidad de Europa para atajar en su momento la crisis de Grecia, que apenas representa el 2% del PIB europeo, deriva de un diseño presupuestario (tachado sin embargo de gigantismo burocrático) que apenas maneja recursos equivalentes al 1% del PIB frente al 20% del que disponen EE UU y otros gobiernos nacionales. Las brechas internas en el proyecto dibujan alineamientos a varias bandas y una geometría fragmentada que expresan posiciones de interés y distintas concepciones culturales. El norte (Holanda, Dinamarca, Finlandia, Suecia y Alemania), con el apoyo en ocasiones de los países bálticos, rechazan la mutualización de riesgos, ven con recelo al sur y se resisten a ceder más poder a las instituciones europeas. El sur juega sus bazas pero desde una posición más débil porque haber sido países rescatados les estigmatiza y, aunque a veces pueden ser más dinámicos cuando los vientos soplan a favor (como ocurre ahora en España), su posición fiscal es mucho más endeble y pierden credibilidad cuando abanderan la demanda de más integración política y fiscal a la vez que acumulan los mayores endeudamientos del área.

Tejado

Junto con el ascenso de fuerzas populistas y eurófobas en países centrales como Italia, el bloque de Visegrado (Polonia, Hungría, Chequia y Eslovaquia) constituye el mayor reto para la UE porque, además de su resistencia a muchas propuestas de avance en la construcción europea, sostienen posiciones que se han denominado “iliberales” y que suponen un desafío a valores fundacionales del proyecto europeo. Esta disidencia se combina a su vez con el rechazo (liderado por Polonia, y no obstante la ausencia de todos ellos del euro) a la Europa de varias velocidades que anunciaron Alemania, Francia, Italia y España en 2017 para que cada país eligiese su grado de compromiso. La extensión al Este, que fue un intento de aunar a toda Europa y de frenar al expansionismo ruso, persiste no obstante en los objetivos de la UE: en febrero la Comisión ofreció a los Balcanes Occidentales (Serbia, Montenegro, Kosovo, Bosnia-Herzegovina, Macedonia y Albania) sumarse al proyecto en 2025. Como la capa de la mantequilla sobre la tostada, el riesgo de fragmentarse crece a medida que se extiende, y las contradicciones rebrotan en tanto que se intente abarcar más espacios. Austria, uno de los “halcones”, rechazó en septiembre con beligerancia la pretensión de Juncker de incorporar al euro a todos los países de la UE: “No queremos otra Grecia”, dijo Viena. Estos escollos hacen mucho más ardua la superación de las fallas y grietas en la gobernanza europea y del euro pero es urgente abordar la tarea porque la próxima crisis económica no avisará y el tejado conviene repararlo mientras aún haya buen tiempo.

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