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El indignado burgués

Agüita

Entre las cosas que no tienen arreglo en este país, señora marquesa, está el asunto del agua o más concretamente cómo podemos redistribuir los recursos excedentes de la España verde en la España marrón. Que tampoco es tan feo el marrón; tuve en mi casa a un adolescente de Boston al que fui a recoger al aeropuerto y se quedó extasiado con un color de paisaje que no había visto en su vida: ¡Qué bonito, montañas marrones!, exclamaba a cada rato. Es verdad que además del agua tampoco tiene arreglo la estulticia humana, ni la demagogia y mucho menos los cálculos oportunistas del te niego la vida por no perder cuatro votos. Oí decir a alguien que el agua emborracha más que el vino, que es una buena metáfora, y también que las guerras de finales del siglo XXI tendrán como objetivo el bien más escaso en el mundo de esa época que serán las reservas de agua potable. Quizá.

Viví en asiento de primera fila el tan traído y llevado Plan Hidrológico Nacional, ese deseo de acabar de una vez por todas con la avaricia de unas regiones para con otras. Un Plan que fracasó porque cambió el gobierno y el PSOE de Zapatero, que no pensaba gobernar, se pegó un susto de muerte sólo de pensar en aplicarlo. Tampoco el PP de Aznar tuvo las agallas de ejecutarlo a toda prisa para que una vez puestas las tuberías, por mucho que chillaran las hordas, ya fueran inevitables. ¿Se imaginan que hubiese sido de Alicante, Murcia y Almería sin el Trasvase Tajo-Segura? ¿Habría narices a ejecutarlo en estos tiempos? Ya les digo yo que no: hubiesen visto cómo nos desertificábamos sin derramar una lagrimita. Fue un tiempo que se perdió para siempre como las lágrimas en la lluvia de Blade Runner y desde luego no es defender las Dictaduras pensar que en algunos asuntos tiene que haber un interés superior no sometido a vaivenes partidistas.

De aquella época del «Agua para Todos» del PP y compañeros mártires contra el PSOE y sus secuaces, me quedan recuerdos inolvidables, incluidas manifestaciones organizadas a golpe de pito, autobús y bocadillo y pasta gansa, pero esa es otra historia. O una reunión para hablar de la derogación del PHN en la que estuve con la, a la sazón ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona. La compañera del ministro de Asuntos Exteriores, José Borrell, y presidenta actual del Partido Socialista nos demostró a los dos o tres que estábamos sentados a su mesa que les molestaba profundamente la prosperidad de la provincia, entre otras cosas porque despreciaba radicalmente el turismo, la promoción inmobiliaria y la construcción: «Si no tienen agua para la población, dejen de construir casas que ninguna falta hace», nos llegó a decir con gesto adusto.

Sus argumentos eran tan peregrinos como la especulación, la experiencia israelí de las desaladoras, los caudales ecológicos y dejar que los ríos fueran a dar a la mar que es el morir tan prístinos como en su cabecera. Ah, y tenía tal manía a las piscinas de los hoteles como si se hubiese medio ahogado de pequeñita en una. Y de enfrentarse con Cataluña y con los poderosos intereses económicos del Delta del Ebro, nasti de plasti. Cómo sería la cosa que un compañero de su partido, Valenzuela, le dijo cosas muy gordas, pero muy gordas; ya saben cómo era cuándo le tocaban la fibra.

Pero la historia se repite y la nueva ministra para la Transición Ecológica (manda narices) va y dice que «Algo extraordinario, como los trasvases, no se puede convertir en ordinario. Durante muchos años hemos tenido delante el mito del déficit hídrico, cuando en realidad no hay cuencas deficitarias ni excedentarias, porque cada cuenca tiene lo propio de cada una». El argumento es extraordinariamente peligroso, aplíquenlo a los fondos de solidaridad interregional, por ejemplo, y verán que efectivamente si cada región se queda su propio dinero y no da nada al resto, en Cataluña, Baleares, Madrid y la Comunidad Valenciana nos pondríamos contentísimos, mientras ya veríamos qué pasaba con Andalucía, Castilla La Mancha, Extremadura o Galicia, por ejemplo (los vascos ya se apañan ellos solos, que para eso tienen un PNV que es indispensable para formar gobierno en España sea de derechas o de izquierdas).

Según la ministra no hay cuencas deficitarias porque el agua es propiedad de por dónde pasa y el resto a mirar cómo se mueren las cosechas mientras los turistas eligen otros destinos. Leyendo la entrevista me parecía ver a María Antonieta contestar a los que le decían que el pueblo no tenía pan: ¿por qué no comen pasteles?. Pues oiga, porque difícilmente el Levante va a conseguir agua en condiciones si no viene de alguna parte, más que nada porque aquí llueve poco y siempre ha llovido poco, no es cosa del cambio climático.

La entrevista daba para mucho, de ninguna manera era improvisada, por ejemplo cuando decía claramente que «no podemos pensar en una política de agua basada en que aquello que se demande se tiene que ofertar. No tiene sentido pensar en que vamos a impulsar macrodesarrollos urbanísticos o grandes explotaciones de regadío porque, aunque no haya agua, ya nos la darán». Pues nada, señor, deje todo lo que está haciendo, paralicemos las empresas, derribemos los hoteles y quedémonos a esperar subvenciones y la sopa boba.

No hay más que comparar montañas verdes con montañas marrones: no es que la naturaleza las produzca así, es que si no hay agua la vegetación, los animales y los seres humanos nos quedamos tiesos. Ya sé que unos kilómetros más allá de la frontera con La Mancha les da igual y sus teles autonómicas no paran de decir que les robamos el agua para ser todavía ricos mientras ellos viven en la pobreza más miserable. Que nos bebamos el mar que es muy grande y caudaloso, o mi agüita amarilla, que cantaban «Toreros Muertos».

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