Se veía venir, ya se sabe que cuando el río anda revuelto puede llegar uno que se lleve todos los peces. La pugna entre Mª Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría, con el padre de su partido aún de cuerpo presente, ha sido el caldo de cultivo ideal para que creciera un opositor fuerte, Pablo Casado. Opositor al que no lo han frenado ni las denuncias a lo Cifuentes por su brillante curso tras salir de ICADE, que algunos tildan de imposible, y que volvieron a poner en el punto de mira a la misma Universidad del tristemente famoso máster de aquélla. Pedazo de sonrisa la de Casado, en la noche histórica de la primera vuelta de las primarias, dentro de un PP que se ha convertido en un hervidero. Pero hervidero sano, creo yo, que ya era hora de que aplicara la democracia para dentro, pese a que la fase dos corresponda a compromisarios y no sea de elección directa por parte de las bases. Lo cierto es que Casado no podía contener esa sonrisa, que era la de quien sabe que ha ganado, pero no la primera vuelta, sino de verdad. Mostraba una seguridad aplastante y entre eso, su juventud, el factor de la novedad, que siempre es un atractivo frente a la veteranía de las otras dos candidatas con opciones, y su determinación de llevar la elección hasta sus últimas consecuencias, todo ello da como resultado ese gesto irrefutable. En su discurso, Casado tuvo el olvido freudiano de no citar a Soraya entre todos sus contrincantes, quien por cierto se encontraba desubicada entre sus costumbres como vicepresidenta y el nuevo rol de candidata, a pesar de que por suerte le pasaran un piadoso peine antes de salir a hablar. Según estaba por la tarde y con sólo mil quinientos votos más, voto arriba, voto abajo, que su oponente antes citado habría dado la impresión de estar como el gallo de Morón. Diferencia que no daba lugar a paternalismos como el que imperó en su discurso, bajo el argumento de que como es la más votada es quien tiene que hacer mayor esfuerzo de generosidad, tras las explicaciones de preescolar que dio, como dijo acertadamente mi hermano Justo. Doy por hecho el triunfo de Casado con el apoyo de Cospedal y de Margallo, aunque me duela, porque pese a todo me hacía ilusión que pudiéramos tener una mujer al frente del primer partido de España. La peor enemiga de una mujer por regla general siempre es otra mujer. Y esto, señoras mías todas, nos lo tenemos que hacer mirar.