A la entrada del verano se vacían las aulas, se llenan las calles de estudiantes y tiene lugar la Muestra de Teatro de Enseñanzas Medias... Y permitan que, para empezar, eche mano de uno de mis habituales previos.

Hace más de un siglo los estudiantes europeos de clase media acomodada que habían superado los estudios exigidos para emprender su responsable entrada en la edad adulta, realizaban una especie de viaje mediante el cual deberían adquirir las experiencias y destrezas necesarias para gobernar de manera responsable sus propio destino. El viaje solía durar a veces años, y el resultado de esas estancias «en tierras extrañas» fueron los famosos libros de viajes, a veces ilustrados con grabados o dibujos de la época, de gran valor para los historiadores posteriores, porque gracias a estas publicaciones conocemos costumbres, paisajes y experiencias, tal vez ya desaparecidos, que nos sirven como documentos de primera mano para conocer con veracidad datos de la historia pasada. Fueron interesantes estas propuestas porque ayudaron a los que dejaban su caparazón de adolescentes a aclimatarse a la nueva perspectiva que ineludiblemente presentaba, y presenta, la vida cuando nos llega la edad adulta y no tenemos más remedio que afrontarla. Desgraciadamente Dickens nos mostró el reverso de la moneda con los pobres chavales de sus novelas a quienes no se les pudo preguntar qué quieres ser tú en la vida el día de mañana...

Pero este preámbulo viene en realidad a colación por la llegada de la XXI Muestra de Teatro de Enseñanzas Medias que, con el final de la primavera, también tiene lugar por estas fechas en nuestro pueblo y he visto una semejanza entre los jóvenes que se subieron al escenario esta semana pasada, con aquellos de antaño que emprendieron su camino a Itaca, hacia la experiencia que les haría crecer. Me surgió esa semejanza cuando vi salir al escenario, a los de hogaño, llenos de ilusión con la esperanza de poner en pie unos acontecimientos que revivieron gracias a ellos, y también gracias a ellos el pequeño mundo de la audiencia pudo recibir esa emoción que se tradujo en clamorosos aplausos. Es difícil que dejen de emocionarnos estos chicos... y chicas. Pues mientras la acción transcurría, yo pensaba que ese ejercicio iba a ayudarles, en la vida real, a moldear sus miedos, a resolver sus cuestiones y lo que es más importante, a salir de sí mismos, entrar en «los otro» y entenderlos. Porque la adolescencia es época de dudas, de incertidumbres, de desalientos, y estas actividades que debieran estar regladas dentro de un buen sistema de enseñanza pensando en una educación integral y no solamente en los programas, los curriculos y cosas «prácticas», estas actividades, digo, no lo están. Si no se practica lo que se aprende, es como si se ara la tierra y no se siembra. Los griegos ya nos advirtieron de ello. En las aulas se enseña, en el escenario, se aprende.

Y hay algo que quisiera deciros, muchachos, que tiene que ver también con la vida que se os empieza a poner por delante y que siempre me ha tenido preocupada: Hace unos días, hojeando un periódico, dí con las declaraciones de unos jóvenes que salían de los estudios medios para enfrentarse con aquello que querían estudiar, que querían ser, y me volvió a sorprender el hecho de que escogieran materias que «les llevaran a conseguir un puesto fijo y les dieran seguridad y estabilidad económica». Eso, con el beneplácito y el consejo de señores ministros y allegados que encima tuvieron que ver con aquellas desconcertantes Leyes que regularon la Enseñanza (LOECE 1980, LODE 1985, LOGSE 1990, LOPEG 1995, LOCE 2002, LOE 2002, LOMCE 2013) leyes que al final, los que andábamos enseñando tuvimos que pasarnos por el Arco de Triunfo so pena de tener que impartir el chino mandarín, y esto es literal, está en los boletines del estado de alguno de esos años. A la juventud no se le puede aconsejar que tengan como objetivo el cómodo y seguro sillón cuya estrecha ventana no da a ninguna parte, porque es un asiento rentable, sí, y seguro pero que les lleva solo a ser «prematuramente vitalicios» (viejos jóvenes), esos que según Cavafis nunca sabrán disfrutar de las hermosas mañanas de verano, ni aprender a aprender de los sabios en su irrepetible viaje a Itaca porque habremos hecho del dinero nuestro objetivo en detrimento de un esperanzador proyecto.

Buscar demasiado pronto esa estabilidad os aleja del necesario colchón cultural que necesitáis para transformaros en personas responsables y no solo en súbditos obedientes. Para ello necesitamos una estructura educacional socializada, integradora, es decir, que abarque a todos, que sea atractiva (no un «rollo», como dicen los chavales), y que les lleve a desarrollar todo el potencial que la juventud indefectiblemente posee. Y repito, el teatro ha de estar presente en ese quehacer educacional. Ayudará a que la formación de nuestros futuros hombres y mujeres, sean personas. Así que doy las gracias a los responsables de que este teatro, que viene caminando desde nuestros ancestros, permanezca y avance vigorosamente como merece la educación de nuestros hoy aún adolescentes.