Parece ser que la calidad de vida está asociada indefectiblemente al proceso de contaminación galopante en el que estamos inmersos. Queremos vivir de la mejor forma posible, pero nos quieren convencer de que la responsabilidad del desastre ecológico del planeta es nuestra, de todos y cada uno de los habitantes en igualdad de condiciones. Si la industria acotara sus ansias de poder económico y racionalizara los recursos cuidando un mínimo la forma de producir, estaríamos mucho más lejos de la destrucción.

Los intereses económicos son los que fuerzan e imponen un estilo de vida contaminado. De todas las contaminaciones la atmosférica es la más conocida, por la emisión constante de dióxido de carbono, metano y otros humos de la combustión, que están propiciando el calentamiento global. Pero la suma de contaminantes es demasiado extensa, las aguas las tenemos tan alteradas que se apaga la vida en ellas, el suelo se hace resistente a los cultivos naturales, que a su vez están alterados genéticamente y las radiaciones han colapsado partes enteras de la tierra que estarán baldías durante centenares de años.

También contamos con cambios térmicos locales que son consecuencia de determinadas actividades industriales, problemas lumínicos por la alteración de los elementos visuales a causa de luz artificial, emisiones de sonidos que por su frecuencia, tono, volumen y ritmo tienen consecuencias desastrosas en la salud de los que viven cerca de esas fuentes de ruido, y por no seguir con la larga cadena de contaminaciones, podemos terminar con la alimentaria, donde los alimentos que diariamente consumimos están sometidos a diferentes contaminantes con repercusiones en la salud de diferente índole, como el mercurio del pescado, los transgénicos, las hormonas y los antibióticos de la carne, la venta de alimentos sin control sanitario, entre otros muchos.

Ante este agrio panorama la responsabilidad es de los habitantes de este planeta, que nos alejamos cada vez más de la racionalidad. Somos responsables porque mantenemos en el poder a determinados políticos que promocionan y sostienen este sistema de contaminaciones, siendo el último gran ejemplo el presidente Trump. Nuestras ideas están contaminadas, así como nuestras creencias y actitudes, estamos contagiando a las nuevas generaciones con virtualidades insostenibles en un planeta que es finito, estamos corruptos en ideas que promocionen los estados naturales en contra de los artificiales, y eso sí que será una hecatombe, porque no tendremos la más mínima posibilidad de erradicar las otras contaminaciones.