Calificar los trasvases como algo extraordinario y negar que existan en España cuencas deficitarias podrían ser frases sueltas que identificaríamos sin dificultad con la imagen de cualquier dirigente de Castilla-La Mancha, sea del color político que sea. El problema es que lo ha dicho Teresa Ribera, la nueva ministra de Transición Ecológica (dejaremos para otro día el pomposo nombre que se le ha puesto a esta cartera). Y tengo la sensación de que a una de las políticas socialistas con más prestigio internacional en materia de medio ambiente no se le han escapado estas manifestaciones. No, no son un tuit del que te puedes disculpar, como le pasó a su ya excompañero Màxim Huerta: « Yo (odio), el deporte. Qué manera de sobrevalorar lo físico! Ozú». No, las ha dicho porque así lo piensa. Y la cuestión fundamental no es que parece que desconozca la realidad del Segura y del Júcar, declaradas «cuencas deficitarias» hace 33 años por su propio partido en la Ley de Aguas (1985) ni que el presidente de la Generalitat, una vez más, haya salido a poner paños calientes con otra declaración, tajante eso sí, que igualmente podría ocupar el tamaño de un tuit: «El Tajo-Segura es incuestionable» que no sé si servirá para tranquilar a nadie. El problema es si la solución que Teresa Ribera parece que quiera plantear a un problema al que nadie ha sabido dar solución en años -insisto, ni de uno ni de otro color político- pasa por acabar con un trasvase que ha sido un eficaz modelo de gestión de los recursos hídricos que al cabo de casi cuatro décadas genera 2.364 millones de euros al PIB, nos ha convertido en la «Huerta de Europa», da de beber cada día a entre dos y tres millones de alicantinos y murcianos, ha creado cien mil empleos directos y 300.000 indirectos y permite a empresas de Alicante, Murcia y Almería generar el 40% de las exportaciones hortofrutícolas. Y no sigo porque todo esto si que no cabe en un tuit.
