Es costumbre vieja en todas las democracias dar a los gobiernos cien días de cortesía desde que toman posesión. Cien días para ver cómo aterrizan, que políticas empiezan a diseñar y cuáles son los puntos principales a los que se dirigen para implantar y empezar a gestionar el país que quieren, que para eso gobiernan y no para estar tocándose el moño y esperar a que las cosas se pudran y se solucionen solas - estilo Rajoy-. Quede claro que en las últimas elecciones no voté al Psoe, que no milito en él, que no me pienso apuntar y que - dependiendo de la lista que presente, con Franquistas y otros apesebrados- es posible que tampoco lo vote en las próximas. Esto supuesto, vamos a lo que vamos.

No ha terminado Sánchez de sentarse en la Moncloa y ya están los cristianos de la derecha dándole cera con cada una de las políticas que emprende. Lógico porque han sido desalojados del poder - algo que no imaginaban-y piensan que el poder es intrínsecamente suyo. Cualquier desalojo es un golpe de estado, como he oído calificar a la moción de censura con que los echaron.

¡Leña a Sánchez clama la derechona de Umbral! ¡Está mandando a su casa a los políticos catalanes presos! La ignorancia es atrevida y con el derecho penal y el penitenciario -materias difíciles por los recovecos y las posibles lecturas e interpretaciones que generan- pasa lo mismo que con el fútbol. El último marujo del mercadillo de Benalúa es un seleccionador nacional y cualquiera que tome café en Cristian a las ocho y media de la mañana, es capaz de arreglar el país con tres o cuatro normas que se saca de la manga en tres minutos. Como el famoso alcalde Mehincho de mi pueblo que solucionaba el problema del paro en seis meses fusilando a mil parados a la semana.

Hablemos en serio. En Cataluña han dado un golpe de estado como la copa de un pino. No una moción de censura, un golpe de estado. La Justicia - no queda más remedio que creer en ella porque es la única que tenemos- ha iniciado un procedimiento contra los responsables del mismo y unos cuantos han dado con sus huesos en la cárcel.

La legislación es clara y no me voy a meter en artículos para no aburrir al personal: lo que determina la ubicación de un preso es la cercanía al tribunal que lleva su causa. Lógico. Si a mí me mete preso un juzgado de Badajoz, no puedo estar en La Coruña porque cada vez que me requiera para cualquier cosa hay que organizar un viaje y eso es incómodo y costoso. Ahora bien, si el juez que lleva la causa de los Junqueras, Romeva, Rull, los Jordis y compañía dice que ya no los necesita, que no les va a tomar más declaración y que pueden esperar tranquilos a que se abra el juicio oral ¿Dónde está la dificultad en cambiarlos de cárcel y que en vez de en Madrid estén en Lérida o en Barcelona? ¿Cuál es el problema? Ya se lo diré luego.

Vamos con los etarras que son harina de otro costal. Los etarras no son presos sino penados. Ya han tenido su juicio y han sido condenados. Conozco este asunto de primerísima mano porque yo fui el ejecutor de la política de dispersión durante unos cuantos años.

La dispersión la inventó Antoni Asuncion - no Felipe González ni Enrique Múgica, aunque fuese en su gobierno-. Con todos los etarras juntos en Soria y en Herrera de la Mancha la banda lo tenía muy fácil. Con cuatro o cinco comisarios políticos chivatos, con cinco o seis abogados que eran más etarras que letrados y con tres autobuses fletados cada fin de semana, tenían controlado al colectivo, a los familiares y hasta a los curas que hacían certificados falsos de convivencia para que tuvieran visitas íntimas quienes no se conocían hasta que llegaban a la sala del vis a vis.

La dispersión no se ideó como un castigo para los presos etarras o para sus familias. En toda la legislación penitenciaria española - que me precio de conocer como el que más- no hay una sola frase que inste al Estado a utilizar la cárcel para "joder" al preso, para aumentar su sufrimiento.

No tengo el síndrome de Estocolmo porque a mí los etarras me jodieron bien jodido. Por su culpa tuve más traslados que el baúl de la Piquer, estuve años con escolta permanente y en el Egin - maldita hemeroteca- además de propugnar mi muerte, me acusaban de "traficante de sufrimientos" por mandar a más de uno y de media docena a Canarias, a Melilla o al Puerto de Santa María. Por cierto, para los no versados en esto, fueron Aznar y Mayor Oreja quienes ordenaron que no hubiera más traslados de etarras ni a las islas ni a Melilla o Ceuta. Con los etarras matando a diario y nadie les dijo nada.

La derecha española ha estado utilizando a la banda hasta el último minuto del último día de su gobierno. Han hablado de ella hasta antes de ayer, como si hubiera perpetrado un atentado el día anterior. Contra ETA vivían mejor y, acabado el enemigo, no hay de quien echar mano para salvar a la patria. Una relación rara. Oigo a Casado en su campaña inútil, ese genio capaz de hacer media carrera de derecho en seis meses, decir que a él no le importa que los familiares de los etarras hagan centenares de kilómetros para ver a sus presos.

A mí, personalmente tampoco me importa, pero es que la ley no dice eso. Con ETA disuelta, inexistente como organización terrorista, procede aplicar la ley penitenciaria sin ningún tipo de excepcionalidad propiciada por el derecho del Estado a luchar contra el terrorismo. La dispersión fue un elemento más - y determinante- de la lucha contra el terrorismo etarra y ese terrorismo ya no existe. Hay que volver a que el penado cumpla cerca de su entorno, cerca del sitio al que volverá cuando salga en libertad. Hay que volver al tratamiento científico e individualizado que propugna la ley. No podemos quedarnos instalados en el Derecho Penal del enemigo. El que un individuo cumpla su pena en Burgos o en el Acebuche, no afecta a que esté realmente cumpliendo una pena con todos los requisitos que exige su cumplimiento y en ningún artículo de la Ley he leído nada relativo a la venganza. Ni siquiera la Constitución habla de otra cosa que no sea la orientación de las penas a la reinserción. No sé si me he explicado o he confeccionado un trabalenguas.

PD. ULTIMA GILIPOLLEZ LEIDA: Un analfabeto - no puede ser de otra forma- defiende demoler el acueducto de Segovia por ser símbolo de la opresión de los romanos. Me imagino que luego seguirá con la Alhambra, la catedral de León, la de Burgos y las acequias de los moriscos en la Comunidad Valenciana.