La inauguración de los Juegos del Mediterráneo que se están celebrando en Tarragona, tristemente eclipsados por el fervor balompédico, ha permitido un retrato inédito de Felipe VI, Pedro Sánchez y Quim Torra en el palco del estadio. Tarraco, la denominada «ciudad triunfal», capital de la Hispania Citerior, fundada por los Escipiones, a decir de Plinio, y convertida en baluarte contra Cartago, acogió sus tres figuras solemnes, alineadas en pie mientras sonaba el himno. La comparación resultó de lo más edificante, amén de la coincidencia en el color púrpura de la corbata de los dos primeros. Por su parte, el presidente de la Generalitat de Cataluña, había marcado las distancias y mantenido hasta el final la duda sobre su asistencia al acto, explicitando el disgusto por la presencia del monarca e instando a la rectificación de la declaración televisiva del 3 de octubre.

Es una imagen que recuerda a las Fiestas Latinas del 129 a. C., donde ilustres personajes romanos se reunían en la finca de Publio Cornelio Escipión Emiliano para conversar sobre las formas de gobierno y sobre las virtudes del gobernante ideal. Al final del encuentro, el anfitrión narró a sus invitados el sueño que había tenido veinte años atrás, El sueño de Escipión, un delicioso opúsculo ciceroniano que cobró vida propia e hizo fortuna a lo largo de los siglos sin perder un ápice de interés, a pesar de no ser un texto independiente, sino el libro VI de «La República» de Cicerón.

De tales conversaciones se desprende que la república romana representaba la culminación de una constitución mixta que aunaba tres formas de gobierno: la monarquía, la aristocracia y la democracia, y se ensalzaba a quienes habían salvado a la patria y contribuido a engrandecerla, lo que les garantizaba un lugar en el cielo donde gozar de una vida eterna.

Pudiera parecer que los tres hombres prominentes del palco inaugural de los Juegos del Mediterráneo personifican las aludidas formas de gobierno. Todos y cada uno abanderan últimamente cambios significativos en sus respectivos ámbitos de actuación, lo que les garantiza el paso a la posteridad. La monarquía, encarnada por el jefe del Estado; la democracia representativa, artífice de la presidencia de Sánchez, y una suerte de aristocracia secesionista asentada en el gobierno catalán que propugna la superioridad de su régimen, allende los mares. El conflicto diplomático en Washington así lo atestigua para bochorno de nuestro país. Quizá, el auto del Supremo que ha acuñado el sintagma «rebelión sin armas» y situado a los acusados al borde de la suspensión de funciones como cargos públicos, haya afianzado a Torra al frente de la Generalitat, al liberarlo de la condición de subalterno presidencial y dejando la vía expedita hacia el despacho de Puigdemont, el «sancta sanctorum» de la sede vacante.

Por otro lado, el presidente del gobierno ha desplegado una intensa agenda internacional que consolida su liderazgo europeo, cuestión determinante en estos momentos, con el acuciante problema de la inmigración sin resolver. No obstante, en clave interna, el papel de visitador de presos y de mediador en el tema catalán ejercido por Pablo Iglesias, que se arroga «de facto» esa añorada vicepresidencia, no parece favorable para la esmerada imagen de liderazgo que pretende transmitir Pedro Sánchez.

Pero aquella tarde en Tarragona, el triunvirato, tal vez preso del influjo de los Escipiones, tuvo una similar ensoñación a la narrada por Cicerón al final de su obra. Conocedores de la difícil situación política actual, quizá fueron conscientes de que la gloria del servidor público no podría venir del reconocimiento de una ciudadanía fragmentada y confusa, sino de su adecuada gestión como gobernantes en defensa del Estado. Cada cual identificará el suyo. Solo así, estarán en disposición de alcanzar ese lugar venturoso reservado a las almas de los elegidos. Solo así, como en el Sueño de Escipión, su recompensa será eterna.