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Juan José Millas

Un esfuerzo

Acaban de caer cuatro gotas, cuatro, que han golpeado en la ventana del techo de la buhardilla desde la que trabajo y enseguida ha vuelto el silencio. Me he levantado con migraña, como Cifuentes, y me da rabia no tener ninguna cita judicial para suspenderla y amortizar así el dolor. Entonces suena el teléfono y lo cojo. Es de la farmacia, que ya me han conseguido unas pastillas que les encargué el otro día para dormir mejor. Se trata de un fármaco que lleva la hormona del sueño de toda la vida al que han añadido una porción equis de amapola, que es un opiáceo. Lo compro por la amapola. He visto en el cine fumaderos de opio en donde los usuarios duermen como benditos. Me viene ahora a la memoria Érase una vez América, la película de Sergio Leone protagonizada por Robert de Niro, que empieza precisamente en uno de estos establecimientos. Un fumadero es un sitio al que la gente va a dormir. A dormir y a soñar, porque el opio, dicen, es un generador de historias.

-No puedo ir recogerlo -le digo al farmacéutico-, tengo migraña.

-Te lo guardamos, acércate cuando tengas un rato.

Habría preferido que me enviara un forense para que comprobara si mi migraña era verdadera, pero se trata de un medicamento barato. Me pregunto cómo combatirá Cifuentes la migraña. Yo he ido cambiando a lo largo de los años. En mi juventud tomaba Optalidón, el Optalidón de entonces, que llevaba un poco de barbitúrico. El barbitúrico me hacía efecto, más que por la química, porque era el fármaco con el que se suicidaban las actrices norteamericanas. Luego me pasé a la cafeína. La cafeína dilataba los vasos, o los estrechaba, ahora no me acuerdo, y resultaba muy eficaz. Pero me quitaba el sueño y yo lo único que he deseado siempre es dormir. Dormir y soñar. No por vaguería, entiéndanme, sino porque la realidad me produce dolor de cabeza.

Me levanto, veo el periódico, me entero de que Mario Conde o Rodrigo Rato deben una fortuna a Hacienda y se me pone aquí, en la nuca, un malestar que con el paso de las horas llega al ojo izquierdo, provocándome un ataque brutal de fotofobia. De modo que hago un esfuerzo y voy a la farmacia a por las amapolas.

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