Sabemos que la visión romántica de la vida está en decadencia. Todo lo que se aproxima a ella parece que se tiñe de un tufillo ñoño y sensiblero que acaba arrinconado en la desmemoria para evitar la vergüenza de quien la blande como bandera. La algarabía y el desenfreno de los festejos populares, la masificación del folklore, la ruptura de tradiciones, son un poco la antesala de la desmitificación de todo lo romántico. Ser o estar sensible se convierte en un despropósito más propio de los débiles que de los empoderados.

La construcción educativa de los nuevos tiempos quiere acabar de una vez por todas con esas tendencias obsoletas de antaño, donde los hombres no podían llorar y las mujeres tenían que doblegarse a los caprichos del varón. Hacerse fuertes es uno de los principios básicos de la nueva sociedad, pero quizás se esté olvidando una parte fundamental de la sintonía existencial entre el yo externo y el yo interno, que en un gran número de casos pasa por la sensibilidad de entender el romanticismo y sus consecuencias.

Lo romántico no se circunscribe al amor baboso o al delirio sensiblero de quien se encuentra atrapado por un amor no correspondido. Eso sería demasiado vulgar y adocenado. Su máxima cualidad se podría representar mediante la pasión hacia las personas y los acontecimientos de la vida. Ser apasionado con tu pareja, con tu trabajo, con tu familia, hace de ti un romántico empedernido. La fuerza de la pasión aparece asociada al torbellino de la seducción, al amparo de la sinceridad, al sueño de los imposibles que tú puedes trasformar en posibles.

Según parece los días de lunear han pasado a mejor vida. Coger a tu pareja de la mano y lanzarte al mundo bajo unos tímidos y luminosos rayos de luna que cobijan el amor que os profesáis, han muerto. La tendencia es buscar hombres muy machos pero no machistas, que sean muy malotes pero que te respeten, y mujeres que sean dulces pero no bobaliconas, muy femeninas pero con mucha iniciativa.

Posiblemente estemos olvidando una vez más que el verdadero romántico es aquel que además de saber amar, lo hace como nadie, con pasión, porque cuenta en su haber con grandes pinceladas de originalidad, de creatividad, de nostalgia por aquellas cosas que considera positivas y se han perdido, que no busca la perfección de las cosas. Todo esto puede ser una invitación para que podamos replantear un paseo bajo la luna, un regalo que no se puede comprar con dinero o una iniciativa que nadie espera de nosotros, ni siquiera nosotros mismos. Recuperemos un poco de ese romanticismo olvidado.