Una vez asentado el gobierno de la moción de censura, la opinión pública, ese referente social al que se agarra cualquier político para arrimar el ascua a su sardina, parece cada día más de acuerdo con las manifestaciones de Rafael Nadal al respecto. El gran deportista español declaró en su día que él quería votar cuanto antes. La legitimidad incuestionable del nuevo gobierno socialista, no debe amparar la renuencia a llevar a cabo el compromiso de los que activaron la moción para con la ciudadanía: convocar elecciones cuanto antes, en un tiempo prudencial, pero en ningún caso alargar el mandato de un ejecutivo que no ha sido refrendado por los españoles en una convocatoria electoral.

Entre otras cosas, esa fue la palabra dada por quienes apostaron y apoyaron por la salida de Mariano Rajoy de la Moncloa. Elecciones cuanto antes, decía Sánchez, decían los más. Elecciones cuando se pueda, elecciones cuando se normalice la situación, elecciones cuando logremos la estabilidad, matizaban una vez conformado el nuevo gobierno. Mi deseo es agotar la legislatura, dijo Sánchez hace unos días en una entrevista. Donde dije digo, digo Diego. Como a menudo, los deseos y los actos de los políticos no suelen casar con las pretensiones de la mayoría de los ciudadanos. Ya ni aquellos que exigían un «derecho a decidir», ilegal e inconstitucional, demandan urnas. Claro, que para ellos mientras peor, mejor. Sus votos, imprescindibles para que triunfara la moción, los carga el diablo.

Por mucho marketing que adorne al nuevo ejecutivo y a su presidente en especial, esto no aguanta mucho más de unos meses contados. El espectáculo que rodeó a la solidaridad y ayuda humanitaria del gobierno recién instalado para con los parias subsaharianos del Aquarius, no se podrá repetir. Es más, hace horas un barco en idénticas circunstancias ha sido desestimado por ministros y cargos políticos con explicaciones peregrinas y sonrojantes. La realidad es tozuda, y si en lo social, migraciones, las soluciones y/o decisiones dependen de Europa, con sus abismales diferencias entre socios, en lo económico que decir. Para empezar Sánchez se ha tragado los presupuestos del Partido Popular, a los que demonizó en vivo y en directo, y se tragará las disposiciones que vengan de Bruselas vía Berlín. Lo importante, lo mollar, seguirá la ruta marcada por el gobierno anterior.

Todo lo demás es y será puro postureo, por muchas o pocas disposiciones o decretos que se publiquen en el boletín oficial. Instalados en los diferentes ministerios, ni la ley laboral ni la denominada «ley mordaza», serán derogadas como voz en cuello manifestaban socios principales e inquilinos de la Moncloa, como mucho tímidamente reformadas y tal vez ni eso. Por aprobar, veremos si lo son proyectos de ley como el de la eutanasia, cuya demanda social está por demostrar, u otros de similares características y de consensos de mínimos. Este gobierno, con un grupo parlamentario de unos exiguos 84 diputados, y con un partido salpicado por casos de corrupción, motivo principal de la moción, parece tener como objetivo la promoción presidencial, la subida en las encuestas demoscópicas y la convocatoria electoral cuando el resultado de ambas ecuaciones sea propicio para el candidato.

Entre tanto los otros, y no me refiero al centro dormido, Ciudadanos, o a la derecha, en fase de renovación, siguen en lo suyo. Los acercamientos de palabra y obra de socios y ejecutivo a los independentistas y presos políticos, aparte de no llevar a ningún resquicio de solución, son respondidos con hechos que confirman la irrenunciable disposición de continuar con el proceso separatista, siguiendo la estela del 1 de octubre, cada vez que tienen en sus manos nombramientos y convocatorias de plenos en el parlamento catalán. La apertura de las «nuevas embajadas» con la asignación para Bruselas de la fugada Meritxell Serret, lo deja meridianamente claro. Los insistentes, los inasequibles al desaliento, que diría Javier Marías, están en lo suyo. En sus lazos amarillos, combinándolos en demasiadas ocasiones con camisas pardas, como denunciaba Francesc de Carreras con ocasión del homenaje a Cervantes. Mientras, los nacionalistas vascos empiezan de nuevo a asomar la patita. Nadal tenía razón, las elecciones cuanto antes, mejor. Y las reformas a posteriori, con el consenso que marca la Constitución.