Ara Malikian

Auditorio Parque de la Rotonda. Elche

5 estrellas

Supe de Ara Malikian a través del camino más insospechado que uno pueda imaginar: un registro sonoro del Concierto para violín del compositor romántico español Jesús de Monasterio. La grabación, bellísima, me descubrió dos obras (también estaba el concierto de Bretón) mágicas y excepcionales dentro del repertorio de concierto del siglo XIX español, pero, además, me reveló a un violinista de una finura, frescura y pasión excepcionales. El interés naciente hacia el violinista me llevó hacia otra faceta del poliédrico músico: sus espectáculos para niños. Pasó entonces por el Teatro Principal de Alicante con su versión, divertidísima, de las cuatro estaciones vivaldianas en una función que revelaba a partes iguales la belleza, el humor y la teatralidad de la música del compositor. Y estos tres elementos son los que han fundamentado el arte del violinista libanés en los últimos años.Como pueden suponer, su acercamiento desenfadado -pero respetuoso- a ese instrumento, venerado hasta el misticismo en el mundo de la llamada música clásica, ha levantado ampollas hasta el punto de no considerarlo «uno de los nuestros»; dicho -imagínense- mirando por encima del hombro. Tampoco hay que darle importancia a esto -el mayor problema del que tiene un prejuicio es consigo mismo- ni rasgarse las vestiduras con la supuesto confrontación. El objetivo de Ara Malikian es tan sencillo como noble: emocionar y divertir. Y para ello utiliza muchos de los medios que la tecnología actual le permite -amplifica el sonido y lleva un rico entramado de luces que acompañan a la música- obteniendo un resultado arrollador, con un ritmo cambiante y despiadado, en el que uno se ve arrastrado desde los primeros segundos hasta el final, prácticamente dos horas después. Espectáculo circense, dirán algunos; no lo es porque a diferencia de aquel el concierto que nos presenta el señor Malikian no basa su hilo conductor exclusivamente en el riesgo -que no lo hay porque el poderío técnico del grupo sobrepasa cualquier peligro- sino que amalgama, con una inteligencia pasmosa, elementos circenses, con teatrales, de la danza, con musicales e incluso cinematográficos -el uso del color sobre el escenario es soberbio-. Aún les puedo decir más: este uso aparatoso de la música ya lo desarrollaron en su momento figuras como Paganini y Liszt -y otros muchos, especialmente en la primera mitad del siglo XIX- y a nadie se le ocurre hoy en día poner en duda la valía de estos músicos. En el fondo, entonces ellos y ahora Malikian, son hijos de un momento del que saben captar su esencia. Mientras tanto, en ese espectáculo se van introduciendo piezas clásicas -por ejemplo, el Lacrimosa del Réquiem de Mozart que abrió el concierto- que de una manera u otra van calando en el público generalista que asiste a sus conciertos. No creo que sea ese, de cualquier manera, el objetivo del violinista. Su planteamiento es mucho más sencillo -y así lo demostró el pasado sábado en Elche-: la música es música y su capacidad de emoción está más allá de cualquier encasillamiento estilístico.