Todo el mundo sabe que se va a morir, el problema es que nadie se lo cree. El herculanismo lleva bordeando el abismo prácticamente desde su fundación. Tras casi 100 años de existencia, las hemos visto de todos los colores. Eso es lo malo; no terminamos de creerlo. Es más, incluso podríamos decir que ya nos presentaron a la parca una vez. Hoy queda lejos, pero en nuestro ADN aún quedan trazas indelebles de un pasado «anfibio». Remotos ecos de aquel extinto Club Natación Alicante que en 1924 consiguió el campeonato regional Levantino dando así a nuestra ciudad su primer gran éxito futbolístico.

Pero poco tiempo después de aquel triunfo, una sanción económica inasumible (glups) dio al traste con las ilusiones y el futuro de aquel club que nacido de la mano de, entre otros, Casimiro de la Viña. Es entonces cuando el modesto Hércules del Chepa entra en liza para abanderar el fútbol de primer nivel en nuestra ciudad. La jugada maestra que termina por enganchar a la huérfana afición anfibia tiene lugar un 4 de noviembre de 1928, cuando los hasta entonces blanquirrojos Herculanos, saltan al campo vistiendo por primera vez, y ya para siempre, la tradicional zamarra blanquiazul del Natación. El resto es historia.

Sin embargo, aquel regreso de entre los muertos sería hoy impensable. En primer lugar, porque no es comparable el bagaje que pudiera tener el Natación, con menos de una década de existencia, que el arraigo que representa para Alicante en nuestros días un Hércules casi centenario. Pero peor aún, ni siquiera sería hoy legalmente posible adoptar el modelo de aquellas transmutaciones milagrosas vividas en décadas pasadas por clubes como el Málaga, Almería, o Lleida, capaces de resurgir de sus cenizas limpios de polvo y paja, con tan solo el nimio peaje de mutar un tanto su denominación. Desengáñense quien corresponda y caigan del guindo los incautos; si el Hércules muere, muere para siempre. Lo que viniera después sería otra cosa.

Y como era de esperar, al olor de moribundo, franquicias de «fast-football» con nombre de tren entran en escena como un elefante en una cacharrería pretendiendo construir la catedral de Burgos en dos semanas.

Su vanidad les delata; festejan un ascenso a regional con autobús descapotable y adelantan a la historia por la derecha comprando un ascenso en los despachos. Francotiradores del sentimiento, que hoy medran aquí y mañana acullá, buscando generar arraigo a cañonazos. Ellos sabrán, pero me temo que en el Rico Pérez llueve sobre mojado, somos perros viejos, y esa forma de actuar no mejora la que ya tenemos.

Dios no lo quiera, pero si finalmente el Hércules desaparece nadie podrá negar que el máximo responsable del desaguisado fue Enrique Ortiz Selfa, él nos lo dio todo y él nos lo quitó. Pero como la duda puede ser una inmejorable almohada, añadiré, que hasta el que asó la manteca sabe que esa muerte también sería un fracaso estrepitoso de toda la sociedad alicantina en su conjunto, uno más a sumar en la lista interminable de cicatrices de nuestra reciente memoria. Que cada palo aguante su vela.

¡Hasta siempre, amigos!