No hay espectáculo mejor que las noticias. España vive unas semanas de vértigo solo comparables a algunos tramos de la Transición cuando acontecimientos insólitos impactaban a diario. Un tuit lo resumía brillantemente: «Tengo un ahijado desde hace quince días y ya ha conocido dos presidentes del Gobierno, dos entrenadores del Real Madrid, dos seleccionadores nacionales y tres ministros de Cultura». Además de lo que aún no sabemos, el ahijado ya tiene garantizado conocer en unas semanas a dos presidentes del Partido Popular y a nuevos diputados por renuncia de otros, como Rajoy.

En una disputada contraprogramación entre política y deporte, la vorágine no cesa y las encuestas disparan al PSOE casi cuarenta diputados arriba que le ceden populares y Unidos Podemos. Avanza Ciudadanos, que doblaría de largo sus treinta escaños actuales, y abriría la posibilidad de un gabinete Sánchez-Rivera. Eso estuvo a punto de suceder hace dos años pero Pablo Iglesias lo impidió, a mayor gloria de Mariano Rajoy. En un acto de purificación, Iglesias ahora facilitó la investidura de Sánchez y le propone veinte medidas de programa legislativo común. Podemos entra en política, podría decirse, y no solo está en la galería de fotos como hasta ahora.

Esa misma encuesta de El Periódico confirma que tres de cada cuatro españoles se muestran favorables al cambio de Gobierno. Así de desgastado estaba Rajoy. Y así de deteriorada la imagen de España en el exterior difundiéndose la idea de que este es un país atrasado -como dice el independentismo catalán- con falta de libertades y confusión de poderes. Ha bastado la sentencia contra Urdangarin, que supone su entrada en prisión, la composición insólita del nuevo Gobierno de Pedro Sánchez, que ha asombrado al mundo literalmente al incluir a once ministras de excelente preparación, y los primeros movimientos del ministro de Exteriores, Josep Borrell, para darle la vuelta a la situación. Explica Sandrine Morel, corresponsal en España del prestigioso rotativo francés Le Monde, la constante atención recibida de la Generalitat en estos años, con puertas abiertas para la constante intoxicación informativa contra España -hasta tenían un grupo de whatsapp con los corresponsables en el que diariamente el «ministro de Exteriores» catalán, Romeva, facilitaba información- frente a la cerrazón de la Moncloa y del Ministerio de Exteriores. La abulia de Rajoy solo la superó el ministro Dastis. En los pocos días que Borrell lleva en el cargo ha concedido una entrevista conjunta a los cinco diarios más influyentes del mundo y se ha reunido con los sesenta corresponsales acreditados en Madrid. Puigdemont está que trina porque su empeño en desestabilizar España desacreditándola internacionalmente -así lo interpreta Duran Lleida- se topa con la ofensiva de Borrell para recuperar el prestigio machacado por la propaganda secesionista, aliada con la incomparecencia del Gobierno español. El desdichado 1 de Octubre -del que TV3 ha hecho más programas que el Canal Historia sobre las guerras mundiales- pesará como una losa en esa recuperación. Nadie ha pedido investigar quién dio la desafortunada orden de intervención policial en los colegios en los que se ensayaba el referéndum. No lo hará ningún partido independentista porque, limitar la responsabilidad a un mando político, significaría debilitar el mensaje de «España nos oprime y nos reprime».

Pero no se suelten el cinturón de seguridad antisorpresas porque esto sigue. El Partido Popular está sin aliento a la espera del sucesor de Rajoy. En una magistral administración de tiempos, Núñez Feijoo aún medita si va o no va. Mientras, las señoras Cospedal y Sáenz de Santamaría deslizan que solo irán si Feijoo no se presenta. Entretanto, Rajoy dimite de todo lo que puede. Vuelve a su plaza de registrador de la Propiedad. Nada de Consejo de Estado, como ZP, ni de designar sucesor en el PP, como Aznar. La vorágine es tal que amenaza hasta las vacaciones.