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José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Bulos, vida privada y política

Nadie se salva de este aire regenerador en el que, bajo la apariencia de virtud, se esconden y solapan vicios inconfesables de los delatores y palmeros de la hipocresía. Cualquiera que entre en política ve expuesta su vida privada, sus errores pasados y sus pecados, incluso de juventud, en un ambiente represivo y aparentemente moralista que eleva a la categoría de liberal o libertario, al propio Torquemada. Quien osa entrar en este oficio se arriesga a ser indagado en sus más nimias faltas, que son motivo suficiente para someter al afectado a las horcas caudinas de la censura pública. Y a ella se afanan todos los adversarios, incluso los amigos que, olvidando sus pecados mortales, multiplican la gravedad de los veniales ajenos con la ayuda de los censores que acuden en auxilio de una siempre buena noticia amplificada con que llenar el espacio de ofensas falsas y pudores exagerados.

Ya no es la imputación judicial, poca cosa en un país en que imputar es sencillo, la que obliga a asumir responsabilidades políticas. Ahora ya basta con una tacha moral, aunque la moral vaya por barrios en una sociedad sin claros referentes de esta naturaleza y sometida solo al valor absoluto del poder y la ambición. Atacar a una persona, dañarla en su consideración y en su fama, se ha convertido en moneda común y no hay ya espacio alguno para la comprensión de las debilidades humanas, ni perdón, ni tregua. Y eso es, dicen, democracia. Yo más veo miseria humana y atentados a la privacidad, así como absoluta falta de tolerancia y comprensión hacia el prójimo.

Una diferencia con Hacienda y la interpretación jurídica acerca de las sociedades unipersonales ha dado lugar al cese del ministro de Cultura, siendo así que la cuestión dilucidada no es tan clara como se quiere afirmar y hay sentencias para todos los gustos. En todo caso, es legítimo que una persona no acepte las posiciones de Hacienda, las recurra y, si pierde, asuma las consecuencias. De ahí a ser un defraudador, media un abismo. Una conducta normal y ordinaria, no delictiva, que ha sido enjuiciada por diversos tribunales de forma distinta ha sido utilizada para atacar a un ministro que, al final, ha dimitido o lo ha sido.

Cierto es que Sánchez se comprometió en el caso Monedero, similar, a actuar del modo en que lo ha hecho, lo que nos lleva a plantearnos y a preguntarnos, en esta sociedad de la información (deformación muchas veces) si para hacer gobierno no va a haber más remedio en el futuro que acudir a un convento de monjas de clausura. Deberían los políticos cuidar la palabra, porque este exceso de moralina y los instintos depredadores de la sociedad, en busca de piezas a batir, no van a dejar títere con cabeza y fácil será siempre encontrar algo en la biografía de un político que sirva para desmerecer su vida toda.

Dentro de poco, conforme a esta corriente anglosajona que hasta hace poco rechazábamos en este país mediterráneo, más tolerante con los defectos humanos o con nuestras debilidades, será la vida privada la que se exhiba y controle en internet, si bien acomodada a los principios en boga. Los comentarios en grupos reducidos que el típico y malhadado chivato exponga para su mayor gloria, los excesos en cualquier parcela de la vida, los incumplimientos de normas prohibitivas elementales, los amigos no recomendables o cualquier cosa que se les ocurra a los censores y vigilantes de la nueva moral, servirán no sólo para acabar con una carrera política, sino para terminar con la fama, prestigio y reputación de quien ose ponerse en el punto de mira de los comunicadores del chisme, de los políticos al uso y de una sociedad que, necesitada de valores y referencias, ha abandonado los que son dignos de ejemplo y sustituido por ídolos de papel y barro. No se ganan ya elecciones, sino que las pierden los adversarios merced, normalmente, al acoso o derribo. Hoy ganan unos y mañana, ya lo veremos, volveremos a empezar sembrando cadáveres. Los políticos de hoy no pasan a la memoria, pues son excluidos de ella tras reducir su dignidad a la nada. Todo ello, evidentemente, previa división de la sociedad en bloques irreconciliables e irracionalmente alineados en filias y fobias.

La falta de tolerancia es muestra de la deriva de esta sociedad opresiva en todos sus órdenes, dominada por elementos cuyo poder reside en el anonimato, pero presentes en todo el devenir de un mundo cada vez más insoportable. El chisme se ha hecho dueño de la noticia y la noticia, el bulo o la postverdad, como se dice, es considerada la única verdad. Basta propagar un escándalo menor para, amplificado, hacer caer a un ministro. Basta, revestido todo de una falsa moral, con exponer un hecho éticamente reprobable o no, para, repetido mil veces, multiplicar su gravedad y convertirlo en arma letal contra alguien o contra un grupo.

El poder de la noticia y su propagación es tan inmenso, que bien haríamos en plantearnos en quién estamos depositando los gobiernos. ¿O es que alguien piensa que todo es espontáneo?

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