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Javier Mondéjar.

El Indignado burgués

Javier Mondéjar

La responsabilidad de las empresas (que no la caridad)

La solidaridad no es obligatoria, como tampoco lo es amar al prójimo. Ambas pueden ser virtudes muy loables y espiritualmente sirven para ganar el Cielo, el Walhalla o reencarnarte en mi gato Aramis, que no puede haber peldaño más alto en la transmigración de las almas, pero cuando existen instrumentos obligatorios como los impuestos, la voluntariedad es optativa. No digo yo, líbrenme los Hados, que ejercer la caridad no sea un acto meritorio, pero ni los señores particulares ni las empresas tienen que ser impelidos a ejercer del Roperillo de San Andrés, porque justamente la redistribución de los recursos por vía fiscal deja margen al que quiera complementarla y exime de reproche al que le es suficiente. Vamos, eso pienso yo.

Exactamente lo mismo pasa con el amor al semejante, que no debe exigirse cuando ya hay una ley natural que es el respeto y que cubre todos los frentes. Si a más a más idolatras al género humano, pues mejor para ti, pero con que respetes sus límites y no le hagas lo que no querrías que te hicieran hay más que suficiente. Que uno sea misántropo por naturaleza no significa que ejerza de tal dando patadas a los niños en las espinillas y no porque sea pecado, sino porque vulnera los principios fundamentales del ser humano.

Pero fuera de lo que es caridad hay un terreno muy amplio para que las empresas y los particulares colaboren con su entorno, bien que desde el propio interés. Tanto un bípedo ordinario como una empresa familiar necesitan que a su alrededor a la gente le vaya razonablemente bien. En el caso individual para que no tengan la tentación de asaltar las mansiones (cuidado, Pablo) y en el empresarial para que compren tus productos. Ya sé que hay mentes bien pensantes que estimarán cínica esta forma de discurrir, pero ya he avanzado que moralmente la cuestión va por otro lado y sólo si uno tiene un beneficio personal se sentirá predispuesto a colaborar con los de alrededor, por lo menos de mejor grado.

Las empresas tienen un mecanismo fantástico para beneficiarse de su solidaridad que es la Responsabilidad Social Empresarial o Corporativa, un concepto que difiere mucho de la visión filantrópica de los plutócratas orondos con levita negra y puro de principios del siglo XX y que se vincula al propio negocio. El empresario tiene una responsabilidad fundamental con sus propios trabajadores, que es generar recursos para mantener abierta la empresa; en resumidas cuentas: ganar dinero para invertir en maquinaria, tecnología y personal y retroalimentar la máquina de ganar dinero.

Por propio interés el empresario no puede separarse del terreno en el que su empresa se desarrolla, del ecosistema social o empresarial en el que se ubica. Obviamente no todos los negocios son iguales ni las características de los países tienen nada que ver unas con otras, pero en el mundo empresarial moderno y del Primer Mundo para triunfar en un proyecto es necesario que tu entorno empresarial sea por lo menos tan bueno o mejor que tu empresa. Sólo así se consigue mano de obra preparada o empresas cercanas proveedoras de bienes, procesos o servicios o infraestructuras favorables o reglas del juego justas. Hay zonas de la provincia de Alicante donde se ve muy claramente que la Responsabilidad Empresarial funciona divinamente y son justamente las empresas más capacitadas y potentes las que colaboran con mayor fuerza en proyectos comunitarios. Y no por caridad, por lucro, que es una palabra muy desprestigiada pero sin la cual no existiría el mundo de los negocios y por extensión tampoco los asalariados.

Es curioso que en un mundo que cada vez nos parece menos solidario cada vez se promuevan más mecanismos de solidaridad. Los consumidores han dejado de ser meros compradores desinformados y evolucionan hacia nuevas etapas en las que tan necesaria como la calidad y el precio del producto les parece la catadura de la empresa. Se da por supuesto que el yogur X es parecido en sabor al Y, que ambos son nutritivos y que en la fabricación observan las normas sanitarias, para que no te vayas a envenenar. Pero a la hora de comprar hay otros intangibles y cada vez más la RSE es uno de ellos, por eso en la publicidad de las grandes empresas a menudo tiene mayor protagonismo que el producto su cooperación con asociaciones defensoras del medio ambiente o lo que sea. Y, desde luego, procura no tener mala prensa en cuestiones sociales o no te comerás un colín.

Por eso la Responsabilidad ya no es una alternativa, porque las empresas proveedoras de otras mayores se ven exigidas por éstas, de forma que quien no se adapta voluntariamente no tiene nada que hacer si intenta vender espárragos a Mercadona, por ejemplo. No es tan sencillo demostrar las buenas prácticas empresariales: se exige integrar la Responsabilidad Empresarial en todos los procesos productivos, que estos sean adecuadamente certificados, que se realicen memorias anuales? Y esto no ha hecho más que empezar.

Pero bien está que las empresas contemplen la RSE como una inversión en vez de una limosna. El interés más desinteresado, que decían antes las cajas de ahorro. Claro que lo que hicieron y a quién beneficiaron sus obras sociales ya es otra historia, y, en muchos casos, fue un relato de Juzgado de Guardia.

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