Tras la llegada de Pedro Sánchez a la presidencia del Gobierno de España tras ser apoyado por la legal pero muy poco edificante coalición que lo glorificó al poder (bildu, independentistas antidemocráticos, anticapitalistas podemitas, antieuropeístas, populistas varios y variados nacionalismos), solo quedaban dos incógnitas por despejar, a saber: cómo tomaría Sánchez posesión del ansiado Palacio de la Moncloa en concepto de ilustre inquilino dada su patológica fijación por los símbolos del poder, y qué gobierno nombraría para lograr ese imposible equilibrio entre la vigilante Europa, los testarudos mercados, las ilegales ansias independentistas catalanas, el extremismo podemita, los populismos avant la lettre, unos presupuestos del PP que días antes había tachado de vergonzosos, las todavía no resueltas tensiones dentro de su propio partido, y la estupefacta ciudadanía de una España avergonzada por la insoportable corrupción de su clase política (ERE andaluces, tres por ciento catalán, Gürtel, Púnica?). Un siniestro escenario que culminó con la sentencia de la Audiencia Nacional que mandaba a la lona de los noqueados a un PP de Rajoy grogui, catatónico desde que la pestilente corrupción anidó en su casa con la misma familiar naturalidad con la que Correa anidaba en la sede de Génova. ¿La ocupación física de La Moncloa? Vean.

Semanas atrás conocíamos la buena nueva de que la pareja formada por los líderes de Podemos Pablo Iglesias e Irene Montero, gentes del pueblo, con el pueblo y para el pueblo, se iban a vivir cerca del pueblo? de Galapagar tomando posesión de un lujoso chalé de más de 600.000 euros, 268 metros de casa, 2.352 metros de parcela, zona independiente de invitados y piscina. Como verán ustedes dos la vocación pequeñoburguesa de Pablo e Irene pudo más que su devoción comunista. Llegados a este punto es menester recurrir a la autoridad de Lenin para el correcto enfoque de la cuestión desde la perspectiva del materialismo dialéctico «?engañarse a sí mismo y engañar al pueblo con la posibilidad del ´usufructo igualitario´ del suelo? constituye una utopía reaccionaria pequeñoburguesa?». Muchas gracias, Vladimir. Pues bien, la aplastante coherencia de los líderes de Podemos en materia de sueños sobre propiedad pequeñoburguesa -coherencia que sancionó días después la grey podemita en referéndum- fue la que más apoyó a Sánchez para que triunfara su moción de censura contra Rajoy. Ello permitía al líder socialista cumplir al fin su onírico deseo exógeno: poseer físicamente el Palacio de la Moncloa, símbolo catastral del poder. Primera incógnita despejada.

Pero claro, mes amis, cuando se arriba a la jefatura del gobierno de una nación (¿o es nación de naciones?) no vale estar solo, no cabe disfrutarlo en la más estricta intimidad como si fuera un chalé pequeñoburgués de 600.000 euros con piscina y casa de invitados. Cuando se alcanza el poder -aunque sea estrujando la aritmética parlamentaria hasta la Frankensteiniana extenuación- es necesario formar gobierno, nombrar ministros, ministras, altos cargos y cargas, válidos, competentes, con el fin de que la nación de naciones funcione. Un difícil reto que exige no solo ambicionar el poder con su pompa y circunstancia escuchando en el salón de los éxitos perdidos a Edward Elgar; exige administrarlo en compañía de otros y otras; con sabiduría, con inteligencia, trabajando para el bien común, pensando lo mejor para la nación de naciones. Y ahí es donde el juego de las ocurrencias suele esconder graves sorpresas, donde la estética de la figuración se quiebra con el primer soplo de mal aire. Sánchez y el PSOE sabían que vientos insanos soplaban alrededor de esa miscelánea moción de censura que acabó con el «tancredista» gobierno del PP, aislado en su miopía política, abrasado por una patológica y crónica corrupción que nunca se atrevió a combatir con firmeza. Y a lomos de esos vientos borrascosos montan personas, personajes y grupos políticos cabalgando hacia el xenófobo independentismo, el derecho a decidir, la república anticapitalista, el modelo bolivariano de revolución asamblearia o el populismo antieuropeo. ¿Buenos compañeros de viaje?

¿Caben en ese clima de gota fría las ocurrencias? ¿Cabe en ese ojo del huracán el estéril buenismo, las palabras huecas, los gestos sin contenido? No. Pero la tentación de Sánchez por crear a su alrededor, urgentemente, una imagen progresista, informal, de redes sociales, de cuotas invertidas de ministras y ministros, de arrebatada solidaridad, puede derivar en sinécdoques ocurrencias sin más recorrido que la foto (léase la dimisión de Màxim Huerta como ministro de Cultura a los seis días -seis- del ocurrente nombramiento). ¿Vendrán más? El gobierno formado por Sánchez no puede vivir sólo de gestos buenistas y oportunistas, del marketing político; el reto del independentismo catalán es muy real y sus sediciosos líderes no solo mantienen su inflexible y antidemocrática hoja de ruta, sino que la potencian con nuevas vueltas de tuerka. Si sumamos a esa marea que apoyó a Sánchez las peligrosas derivas del nacional-independentismo vasco (de nuevo en la calle con un impuesto revolucionario a restaurantes y bares con motivo de la marcha sobre el derecho a decidir), las pulsiones anticapitalistas de extrema izquierda o el populismo podemita, obtendremos la respuesta a la segunda derivada.